Page 156 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia
ceso de experiencia y de reflexión acerca de su relación de alteridad con el oyente. 63
Existe, pues, la necesidad de constituirse y de situarse en el mundo con relación al
«otro» oyente. La audición es el elemento orgánico de escisión, pero no se reduce a
un elemento sensorial; constituye sólo el origen de una compleja trama de distincio-
nes y relaciones sociales, culturales y políticas históricamente producidas.
Según la definición de cultura oyente expuesta por Selma, esta pertenece a un
«grupo normal (global)». De ello se puede interpretar que no sólo adquiere un carác-
ter normativo en términos corporales (específicamente sensoriales y comunicativos),
sino también una presencia hegemónica. Esta condición no se reduce a un asunto me-
ramente cuantitativo, en tanto que los oyentes somos mayoría. Por el contrario, revela
el poder simbólico y político que una cultura tiene para sobreponerse a la otra.
Si aceptamos que existe una cultura Sorda y otra oyente, y que cada cultura
se ubica en uno o varios marcos espaciales y temporales donde se produce y repro-
duce, entonces habrá que reconocer que la cultura oyente se presenta como «totali-
dad» desde el punto de vista espacial, temporal, auditivo-sensorial y comunicativo;
esta permea la experiencia del sujeto (incluso cuando se es sordo) y la sociedad
en general. El sonido y su ausencia, es decir, el silencio socialmente producido, así
como la palabra oral y escrita, constituyen elementos de la cultura oyente que se
imponen vigorosamente en el tiempo y en el espacio. Al pensar la cultura oyente en
el contexto de las ciudades, también se dilucida su presencia absoluta.
La vivienda, el ámbito barrial, los espacios públicos, las plazas, los parques,
las calles, los edificios y los medios de transporte se encuentran bajo el dominio del
sonido (muchas veces ruido) y de la extensa circulación de la palabra oral y escrita.
Desde luego, ello se extiende a los medios de comunicación, incluyendo a los que
denominamos virtuales o digitales. En suma, considero que la cultura oyente no re-
quiere de un espacio y de un tiempo preciso; ambas dimensiones se muestran como
sus elementos constitutivos.
Si la cultura oyente adquiere una presencia espacio-temporal categórica,
emerge el cuestionamiento acerca de cómo navega la cultura sorda en ese contex-
to. Constituye un problema importante porque, similar a otros grupos étnicos, las
63 La sordera se entiende como una condición orgánico-sensorial, mientras que, de acuerdo con Ladd (2003), la «sordedad»
(en inglés deafhood) alude a un proceso ontológico: revela una forma política, cultural y reflexiva de situarse en el mundo. El
capítulo siguiente está destinado a abordar los complejos procesos de ruptura y de transición entre ambas posiciones.
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