Page 490 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia




               El uso de la voz es un elemento que también condiciona el estatus y las rela-
        ciones entre sordos al interior de la comunidad. Para algunos, poseer esta caracte-
        rística y usarla en público es un despliegue de presunción; José recuerda que tenía
        un amigo con el que solía compartir durante su juventud y aunque ambos estaban
        oralizados, el amigo «a veces era medio mamón, así como que ‘yo sé hablar bla, bla’ y
        yo decía: ‘bueno, igual yo puedo…’». En el programa de En traducción se hizo la mis-
        ma alusión sobre quienes han alcanzado el uso de la voz. Cuando hablaron del tema,
        alguien señaló que por poder hablar con la voz hay hipoacúsicos que se creen por
        encima del resto. Asimismo, un entrevistado comentó que durante su estancia por
        Europa conoció a hipoacúsicos que podían hablar por teléfono, característica que
        los volvía «presumidos y chocantes». En esta tesitura, para algunos sordos, quienes
        utilizan la voz buscan distinguirse de los que no lo hacen y, en la misma acción, de-
        sean acercase más a los oyentes.

               Atributos tecnológicos y fisiológicos relacionados con la capacidad de oír, se
        vinculan con la cualidad del habla oral en la definición de sujetos que, para algunas
        personas en la comunidad, se insinúan como «superiores» y cercanos a los oyentes,
        como lo indicó uno de los presentadores de En Traducción: «a los hipoacúsicos les
        da pena que los vean haciendo señas, se sienten menos que los oyentes y entonces
        creen que hablando se van a equiparar a los oyentes y hacen a lado a la comunidad y
        la cultura Sorda». La equiparación referida vincula las prácticas más objetivas, como
        el uso de la voz, con una forma de sentir y pensarse: «mi pareja anterior era hipoacú-
        sica, era hablante, pero perdió la audición; a los 18 años se quedó sordo, pero piensa
        como oyente» (Alondra).

               El practicar y pensar, que son parte indisoluble de una misma condición,
        constituye un fenómeno proclive a generar distinciones simbólicas entre quienes
        usan y no usan la voz. Asimismo, su utilización es susceptible de producir exclusio-
        nes, es decir, rechazo de los sordos oralizados. Algunas personas que utilizan las
        señas, pero que también acuden al uso de la voz como Citlalli, comprenden las dis-
        tinciones simbólicas y sus implicaciones:

             A mi jefe yo le ayudo. Cuando hay sordos me pregunta qué dicen y ya le explico y me dice: «a ver
             espera no entiendo… ah, ya» pero claro, no soy pretenciosa, sino con mucha humildad lo hago
             porque es para mis compañeros de trabajo, entonces yo cuido muchísimo mi trabajo (Citlalli).


               Ahora bien, es preciso señalar que no todos los que emplean su voz son hi-
        poacúsicos o se acercan a la audición por medio de alguna ayuda tecnológica. Como


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