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¿Quién es el sujeto Sordo? Capitales comunicativos y liderazgo




                 Según dichos criterios, podría considerarse que la voz de quien interpreta es
          lo menos importante, aunque no siempre. Durante el «primer Parlamento de Perso-
          nas con Discapacidad» celebrado en 2019 y organizado por el Congreso de la Ciudad
          de México, parte de la «delegación» de sordos pidió a una de las organizadoras que
          los intérpretes de la institución anfitriona podrían apoyar haciendo el trabajo de
          interpretar de voz a señas a lo largo del evento, pero para el momento «cumbre»
          de su presentación pública en el estrado interpretara, haciendo voz al público, un
          intérprete externo que no formaba parte del equipo de intérpretes del Congreso
          de la Ciudad. Para transmitir este mensaje a la organizadora, los sordos lo hicieron
          precisamente apoyándose en un intérprete del Congreso de la Ciudad. Su argumen-
          to es que el intérprete externo tenía más cercanía con su experiencia de trabajo, lo
          que facilitaría la tarea de transmitir el mensaje de señas a voz. De este modo, existen
          aspectos técnicos y hasta de cercanía con los sordos, los que definen la elección de
          intérpretes de señas a voz y de voz a señas, pero hay más.


                 Específicamente en una ocasión que estaba acordando realizar una entre-
          vista a una persona sorda (vale la pena señalar en este caso que una persona con-
          siderada «blanca»  según los  estándares  «pigmentocráticos»),  concordábamos en
          que se requería contar con intérprete de señas. Para la persona era importante que
          quien interpretara no sólo se distinguiera por sus habilidades para comunicar entre
          los dos idiomas, sino también por cómo pudiera sonar su voz. Al ser su palabra la
          que se iba a interpretar a voz, no deseaba que se escuchara una voz «naca», lo que
          directamente la persona relacionaba con el fenotipo y el color de piel de quien pu-
          diera interpretar. Al dialogar opciones de intérpretes, procuró descartar a quienes
          no cumplieran con una fisionomía «apropiada» aun cuando tuvieran buena compe-
          tencia lingüística.

                 La «cultura visual» adjudicada a los sordos se entrecruzó con el racismo, una
          problemática que evidentemente no es privativa de los sordos. En su perspectiva,
          existe una correspondencia entre el sonido de la voz y el color de piel y el fenotipo,
          pero aun cuando no tuviera acceso a sonoro a la voz, era objeto de su preocupa-
          ción porque su palabra era la que estaba en el juego de la representación. En última
          instancia, la preocupación de algunos sordos sobre la fisonomía y voz de quien les
          interprete, es resultado de la influencia y relación con los oyentes; hacer voz a los
          sordos es para acceso comunicativo de los oyentes, e incluso para apreciación esté-
          tica. El racismo es visual y es auditivo, y en ello participamos sordos y oyentes.




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