Page 50 - Derecho humano a la cultura. Colecciones y coleccionismo
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Laurence Le Bouhellec
también por compartir de manera sistemática todos y cada uno de sus descubrimientos,
sea por medio de clases, conferencias o publicaciones diversas que él mismo gestionó y,
a veces, hasta costeó. Trabajador incansable, cuando muere de forma prematura a los 32
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años, ya había realizado una labor digna de un anciano , de la cual da fe la voluminosa
cantidad de papeles y documentos diversos que llegaron a integrar su archivo personal.
Nacido en 1918, Robert H. Barlow se nutrió, desde temprana edad, de la obra de Howard
P. Lovecraft de quien fue albacea, a pesar de su juventud. En sus propias obras de ficción,
llama la atención la forma en la que plantea su reflexión sobre la naturaleza del tiempo
y la posibilidad de construir o reconstruir el conocimiento de civilizaciones perdidas de
las cuales, en el mejor de los casos, no hemos heredado más que manuscritos ilegibles
(Déléage, 2018, pp.128-131). Pronto la ficción se volverá realidad cuando, durante el
verano de 1938, al cumplir veinte años, Robert H. Barlow viaja por primera vez a Méxi-
co. Dos años después, se verá beneficiado con una estancia de verano en la Universidad
Nacional Autónoma de México y se inicia en el náhuatl. El aprendizaje del náhuatl, así
como, posteriormente, del maya yucateco, se convierten en recursos imprescindibles
para una mayor comprensión de la cultura de los descendientes de los pueblos nativos
mexicanos con algunos de los cuales Robert H. Barlow llegará a entretejer cierta amis-
tad. Pero es, en particular, el dominio del náhuatl, que le hace tomar conciencia de la
posibilidad que representa aquel idioma para llevarlo al desciframiento de numerosos
documentos antiguos durmiendo en archivos y, por ende, al conocimiento de una gran
parte de la historia antigua de México, una inmensa tarea todavía en ciernes en aque-
lla época. Entonces, decide estudiar antropología y se matricula en la Universidad de
California, en Berkeley. En 1942, es licenciado en antropología y se vuelve investigador
asociado del Departamento de Antropología de su alma mater. Un año después, regresa
a la Ciudad de México, pero esta vez como catedrático, impartiendo clases en la Univer-
sidad Nacional Autónoma de México al mismo tiempo que en el Instituto Nacional de
Antropología e Historia, aprovechando los acuerdos bilaterales firmados entre Estados
Unidos y México para la investigación y cooperación académica en el área de la antro-
9 “Cuando murió, el 1 de enero de 1951, apenas contaba con 32 años y ya había cumplido una tarea que hubiese honrado a
un anciano.” (Bernal, 1950, p.304).
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