Page 48 - Derecho humano a la cultura. Colecciones y coleccionismo
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Laurence Le Bouhellec
académicos estadounidenses en territorio mexicano. Si bien en los albores del pe-
riodo de la Guerra Fría no ha de sorprender la voluntad estadounidense de afirmar
su presencia político-ideológica con el afán de prevenir o apagar el desarrollo de
ciertos tipos de ideas en un país vecino, la situación no resulta realmente tan extra-
ña como pudiera parecer y, más bien, se articula sobre otra. En efecto, desde finales
del siglo XIX, la población estadounidense radicada en la capital mexicana se había
estado organizando para poder verse beneficiada con un exclusivo sistema de edu-
cación, en su propia lengua, con sus propios profesores. Aquella expresa voluntad
de contar con un sistema de educación específicamente estadounidense, se concretó
con el nacimiento de la American School Foundation (ASF) cuyas gestiones desem-
bocarán en la apertura de la American School. Algunas décadas después de su apa-
rición, dos de sus profesores, expresaron sus ganas de poder ofrecer a sus graduados
y graduadas la posibilidad de continuar con sus estudios a nivel universitario en
un similar sistema educativo sin tener que salir de México. Es entonces cuando la
propuesta de un “junior college” se fue gestando y posteriormente presentando a los
miembros de la Junta Directiva y padres de familia de la American School quienes
la aceptaron, entusiasmados, y, sobre todo, liberados de la preocupación de que sus
hijos fuesen reclutados por el ejército, ya que la Segunda Guerra Mundial había
iniciado y Estados Unidos se estaba alistando para involucrarse en el conflicto. El
proceso concluye felizmente cuando, el 1 de julio de 1940, el Mexico City College
(MCC) abrió sus puertas en un edificio de la colonia Condesa de la Ciudad de Mé-
xico (Morales y Arrieta, 2016). A lo largo de los años, la presencia y fama del MCC
se fueron fortaleciendo cada vez más, a raíz principalmente de dos programas que
le beneficiaron de manera muy positiva: el Winter Quarter in Mexico y, sobre todo,
a partir de la promulgación, en 1944, de la ley denominada “G.I. Bill of Righs”, al ser
considerado como uno de los establecimientos donde veteranos de la Segunda Gue-
rra Mundial, becados por el estado, pudieran realizar estudios, debidamente vali-
dados por asociaciones educativas en Estados Unidos (Morales y Arrieta, 2016). En
este particular escenario, fuertemente impregnado de presencia norteamericana, se
vendrá a incorporar Robert H. Barlow cuando detonará su fascinación por México,
tanto por su pasado prehispánico como por su presente indígena, al estar además
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