Page 134 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia
décimo aniversario del IMAL, fundado por el médico Berruecos, se pronunciaron las
siguientes palabras:
El sordomudo sin lenguaje fonético es capaz de adquirirlos y advierte la superioridad del idioma
en símbolos gráficos y verbales sobre la expresión mímica o por neuma, de los que usualmente
se sirve, y se muestra dócil a su enseñanza, no como animal sometido a las torturas del amaes-
tramiento, sino con el impulso de subir por la ventaja (Urgell, 1961, cit. por Cárdenas, 1991:
144-145).
Entre los años cuarenta y setenta del siglo XX, el Congreso de Milán de 1880
ya estaba lejos. Evidentemente, influenció las decisiones políticas que se tomaron en
México, pero el desenvolvimiento local de la medicina, la pedagogía y la psicología
durante el siglo XX también ejerció una renovada y vigorosa influencia acerca de
promover la audición y la palabra oral entre la población sorda del país. El enfoque
de la educación especial desplazó al anterior basado en la categoría de «anormales».
A la par del sistema médico y de rehabilitación, entre la década de los cua-
renta y setenta se afianzó un modelo de «educación especial» que desplazó la no-
ción de «anormalidad» empleada desde la medicina y la educación para referirse a
los grupos que actualmente entran bajo la categoría de discapacidad. Entre 1940,
con la reforma a la ley de educación y la proposición de crear una Escuela de Espe-
cialización de Maestros en Educación Especial, y 1970, con la creación de la Direc-
ción General de Educación Especial dentro de la Secretaría de Educación Pública, se
asiste al proceso de consolidación de «educación especial» (Lino et al., 2012; Zardel,
2010; Martínez, 2012).
Evidentemente, las personas sordas entraron en dicho modelo bajo una
educación marcadamente oralista, como lo demuestran algunos libros de la época:
«Método de desmutización del sordomudo» de María Teresa de la Prida y «Yo hablo»
de Carlota G. Bosque Rosado (Lino et al., 2012). Durante la década de los setenta
la Dirección de Educación Especial comenzó a promover los denominados Grupos
Integrados de Educación para Hipoacúsicos (Lino et al., 2012).
La «educación especial» podría concebirse como un eufemismo. Es el punto
más acabado del largo proceso médico y pedagógico, bajo el auspicio estatal, de una
tendencia a la clasificación poblacional y su consecuente segregación. Dicha clasifi-
cación conceptual y organización práctica, puede interpretarse hasta aquí como una
construcción artificial que reúne cuerpos deficitarios. La ciencia y el Estado se consa-
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