Page 232 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia




               Para asistir a IncluSor y después también al Templo de San Hipólito, debía
        emplear la línea del Metro que recorre la ciudad de norte a sur y viceversa. Durante
        aquellos recorridos comencé a encontrarme esporádicamente dentro de los vago-
        nes con algunas personas que pasaban a dejar un pequeño paquete de dulces. Cada
        uno traía una estampa pegada con la figura de Mickey Mouse que dice: «HOLA, SOY
        SORDO. $10.00. Gracias, por tu comprensión». Los encuentros iniciales fueron una
        oportunidad para poner a prueba las señas que iba aprendiendo al calor de la etno-
        grafía, pero paulatinamente fue creciendo el vínculo con este grupo.


               Uno de los aspectos que comenzó a llamar mi atención es que estaban uni-
        formados. Generalmente portaban playeras negras que al frente mostraban el nom-
        bre del grupo (Vagoneros sordos de la línea 3 del Metro), en uno de los costados el
        logotipo de la bandera de México y abajo el logotipo del gobierno de la ciudad. Del
        otro lado un logotipo alusivo a una oreja clausurada por una línea que le pasa por en
        medio con la leyenda «discapacitado».

               Mis primeros encuentros sucedieron con una especie de subgrupo que for-
        ma parte de un grupo más amplio. Este subgrupo mantiene vínculos más estrechos
        por la consanguinidad. José y Miguel son primos y Edith y Martha son hermanas.
        José y Martha son expareja y Josué es su hijo. Aunque separados, Martha y José se si-
        guen frecuentando porque viven cerca, tienen amistades en común y trabajan junto
        a su hijo Josué en el Metro. A través de ellos fui conociendo a otros integrantes del
        grupo, el cual se conforma por cerca de 25 personas y tiene 3 líderes principales.
        También a amigos sordos que a veces los iban a visitar, especialmente al Metro Uni-
        versidad ubicado al sur de la ciudad donde comúnmente nos encontrábamos.


               A través de José y Miguel pude acceder a los líderes, a quienes presenté mis in-
        tenciones de realizar la investigación, pero no fui aceptado. A José y a Miguel se les pidió
        que no llevaran más gente externa a sus reuniones, que suceden los domingos por la
        tarde. Opté por mantenerme al margen del grupo general y circunscribir mi relación al
        subgrupo que inicialmente conocí y que paulatinamente fue aceptándome en su círculo.


               De las personas que conocí en este contexto, hay quienes llevan hasta más
        de dos décadas dentro del comercio en espacios públicos. Sentados en las escaleras
        mientras los vagones van llenos entre las 5 y 7 de la noche, Josué se toma un descan-
        so. Platicamos en señas, pero también a través de mensajes que vamos escribiendo
        en el celular, especialmente cuando hay dudas de mi parte en la conversación.



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