Page 233 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Geografía Sorda
Cuando conocí a Josué en 2018, tenía 16 años. Desde muy pequeño comenzó
a acompañar a sus padres a vender, pero comenta que no le gustaba, así que dejó
de asistir por un tiempo. Recientemente tuvo un hijo con su pareja. Regresó para
laborar en el Metro vendiendo dulces de vagón en vagón. Vive en Ciudad Azteca,
Estado de México y diariamente se traslada hasta el Metro Universidad donde los
vagoneros encargan sus cajas de dulces en algún comercio establecido al interior de
la estación. Edith y los padres de Josué viven al otro lado de la ciudad en la Alcaldía
de Xochimilco y Miguel en el otro extremo, en la localidad de Cuautepec, Alcaldía de
Gustavo A. Madero al norte de la ciudad.
Diariamente disponen de unas dos horas para llegar a trabajar desde el Me-
tro Universidad donde se podría decir que es su base. En un par de días a la sema-
na, antes de llegar a Metro Universidad, es necesario pasar a la Merced o cerca del
Metro Chabacano para comprar la mercancía que se va a vender. Algunas ocasiones
tuve oportunidad de acompañarlos. Son clientes conocidos de los comerciantes. Eli-
gen los dulces que consideran se venden mejor, muchos de estos son de importación
estadounidense: gomitas azucaradas, pastillas refrescantes o chocolates es lo más
común. Después, una vez que llegan a Metro Universidad se disponen a etiquetar
todo el producto con la pequeña calcomanía de Mickey Mouse.
Es curioso que ocupen la figura de un dibujo animado que tiene grandes
orejas. Llegué a preguntar por qué esa caricatura, pero José y Miguel me comenta-
ron que las conseguían a través de los líderes de su grupo y no sabían por qué trae
ese dibujo. Anteriormente engrapaban una pequeña hoja de papel fotocopiado con
el letrero que anuncia que son sordos y que el producto vale $10.00, pero Miguel
comenta que ahora con las etiquetas adhesivas es más práctico marcar el producto.
Un rollo de 6,000 etiquetas vale $100.00.
Como son muchas cajas las que compran, es imposible cargar todo el tiempo
el producto en sus mochilas. Por esta razón a menudo solicitan a algún vendedor
de puesto fijo en el Metro Universidad que les resguarde su mercancía. Así conocí
a David, un joven oyente que vendía libros y revistas. Él los apoyaba guardando sus
cajas. A veces llegaban por más mercancía, tomaban un refresco, platicábamos y
regresaban a los vagones. También llegamos a comer en varias ocasiones, ahí con
David. Este fue el primer lugar donde nos encontrábamos.
Pasaron un par de meses para que pudiera ubicarme con ellos en las escale-
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