Page 234 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia




        ras del andén donde esperan los vagones y también para que pudiera acompañarlos
        a vender en los vagones. Especialmente les preocupaba que los líderes de su grupo
        me encontraran con ellos, así que no insistía. Poco a poco fui identificando que dos
        de los tres líderes trabajaban en el extremo sur de la línea, es decir, hacia Universi-
        dad y uno más en el norte desde Indios Verdes. Este mecanismo les permitía dividir-
        se toda la línea. Por ejemplo, los que tienen base en Metro Universidad sólo suelen
        llegar hasta la mitad, por el Metro Eugenia y se regresan.

               También identifiqué que los dos líderes que resguardan el extremo sur de
        la línea suelen irse más temprano que José, Miguel, Josué, Martha y Edith, quienes
        se marchan ya por la noche, especialmente José y Miguel. Aquí vale la pena apuntar
        que a diferencia de los hombres, Martha y Edith suelen ir menos días a vender por-
        que combinan su trabajo con el trabajo doméstico y el cuidado de sus hijos. Edith
        me comentó que entre semana prefería vender en los microbuses que circulan por
        Xochimilco porque están más cerca de su casa, además su pareja, que también es
        sordo, acude algunos días a la ciudad Toluca para vender en el transporte público de
        aquella localidad. Cuando él va a Toluca ella no va al Metro y cuando ella va al Metro
        él no va a Toluca. De este modo hay quien pueda hacerse cargo de su hijo.

               De igual modo, puede observar que en las «horas pico», entre las cinco y
        ocho de la noche, cuando los vagones van saturados y no es posible caminar por sus
        pasillos, los vagoneros toman un descanso en las escaleras o en el negocio donde
        trabajaba David, se convirtió en el momento donde particularmente más interactua-
        ba con ellos, además de algunos domingos luego de su reunión por la tarde, cuando
        solían ir a comer con algunos otros vagoneros y vagoneras, a quienes fui conocien-
        do. De este modo, paulatinamente comencé a aprender cuáles eran los momentos y
        lugares en los que podía permanecer con ellos sin afectar su relación con los líderes.

               En un principio pensaba que este grupo es único en el Metro, pero los mis-
        mos vagoneros me comentaron que había otros colectivos similares en más líneas,
        al menos en la dos (azul), nueve (café) y uno (rosa). Esta aseveración se vinculó
        con los encuentros que tuve con otros vendedores sordos en estas líneas del Metro
        cuando acudía a hacer algunas entrevistas en diferentes puntos de la ciudad y tam-
        bién cuando tomaba el microbús luego de asistir a las reuniones de la congregación
        de señas de Milpa Alta. No sólo se trataba de vendedores sordos en el transporte
        público, sino que había algo en común: estos vendedores sordos, ubicados diferen-
        tes extremos de la ciudad, ocupaban la misma calcomanía de Mickey Mouse en sus



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