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Geografía Sorda
los sordos no se vinculan con ese «centro» histórico, geográfico, cultural y simbólico
de la comunidad que representa la ENS y el Templo de San Hipólito.
Pese a estas diferencias, la trama de relaciones sociales revela que entre
unos grupos y otros hay algún tipo de vínculo, aunque no sea precisamente sólido. A
su vez, cada grupo (pensando especialmente en IncluSor, la pastoral del Templo de
San Hipólito, la congregación de señas de los Testigos de Jehová y los vagoneros de
la línea tres del Metro, aunque exclusivamente entre estos) teje sus propias redes de
relaciones y de lugares en función de organizaciones más amplias a las que perte-
necen. Al respecto, cabe apuntar que la antropología de lo urbano inició su entrada
en la ciudad tratando de analizar comunidades culturales que parecían centrarse en
determinados barrios. De este modo, la ciudad para el antropólogo se asemejaba a
un mosaico de piezas culturales. Paulatinamente hubo que comenzar a establecer
otros marcos analíticos porque la vida social y cultural en las ciudades no se deter-
mina por un barrio, de este modo surgieron los estudios de redes.
Pues bien, el estudio de comunidades sordas en las ciudades comienza al
revés: es decir, reconociendo que difícilmente habitan en un barrio bien definido. En
este sentido, la perspectiva de Hannerz (1993) acerca de la ciudad como una «red
de redes» de relaciones individuales, de grupos y de lugares, parece aplicarse a la
comunidad Sorda en la Ciudad de México, al constituirse por grupos que crean redes
particulares, pero que forman parte de una red más amplia considerada comunidad,
la cual, a su vez, va más allá de la capital del país.
Ahora bien, esta ambivalencia sobre las diferencias sociales y culturales en-
tre los grupos de personas sordas es susceptible de despertar posiciones encontra-
das acerca de lo que significa «la comunidad». Por ejemplo, en una ocasión espe-
cífica, Brenda, una de las intérpretes de IncluSor leía el cartel de un evento sobre
estudios de «comunidades sordas», a lo que reparó diciendo: «¡cuáles comunidades,
sólo hay una comunidad!». La definición de comunidad (sorda) posee tanta plastici-
dad como la de «lugar».
Es probable que Brenda estuviera pensando en una comunidad sorda mexi-
cana (no es casual que la lengua de señas en México se llama Lengua de Señas Mexi-
cana, con lo que, al parecer las comunidades sordas reproducen la perspectiva so-
cial y espacial del Estado-nación), sin embargo, ello un suprime la noción de una
comunidad a nivel global. En septiembre se celebró la semana internacional de las
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