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Socializaciones, politización y desencantos biográficos
Al poco tiempo de que Noé comenzó a aprender LSM con la profesora parti-
cular, él y su familia se integraron a una comunidad católica señante. Selma recuerda
que la profesora les dijo a ella y a Joaquín que sí iba a enseñar a su hijo, pero ellos
también debían de aprender:
La maestra sí fue muy clara: «como primera lengua tiene que aprender señas, ya después lo
implantan o se oraliza, pero como lengua materna tienen que ser las señas», así nos los dijo y
también nos lo creímos; imagínate decir que es su primera lengua ¿y nosotros no saber nada?;
¿entonces de quién lo iba a prender?; ¿quién iba a ser su modelo lingüístico?, nos tuvimos que
apurar a aprender señas para que nosotros fuéramos un modelo lingüístico, para que se pudiera
comunicar (Joaquín).
Para lograrlo, les recomendó asistir a la localidad de San Bartolo Coyotepec,
Oaxaca y buscar a la comunidad de sordos organizada en torno a una iglesia católica.
De este modo comenzaron a asistir a la clase de señas los sábados y los domingos a
la misa. En ese momento era la única pastoral de sordos en la región de la ciudad ca-
pital de Oaxaca, ubicada a casi dos horas de su domicilio. 149 Con las posibilidades de
reflexión que ofrece el paso del tiempo luego de un trayecto recorrido, Selma hace
una distinción radical entre el sistema de salud al que enfrentaron y su recibimiento
en el grupo católico:
La verdad es que nos recibieron muy bien, creo que fue la principal diferencia que encontramos
entre la comunidad sorda y la comunidad médica, o sea porque te tratan como perro los médicos,
te tratan horrible, te tratan mal a ti, a tu hijo, en cambio, con los sordos: «mira, tú tranquila no
pasa nada, mira fíjate: yo tuve este trabajo…» (Selma).
En la pastoral de San Bartolo Coyotepec estaba al frente enseñando señas un
señor sordo que anteriormente había participado en la pastoral del Templo de San
Hipólito y que estuvo inscrito en la Escuela Nacional de Sordomudos (ENS). Además
149 Sobre el origen de la congregación, Joaquín indicó que un sacerdote de ahí se ha dedicado a ser «como un misionero»,
destinando parte de su labor a atender a los «grupos vulnerables». Se supone que a través de dicha actividad el sacer-
dote conoció a un joven sordo y desde ese momento comenzó a forjarse un interés por sus semejantes desde la iglesia
local. En la historia, estos encuentros singulares se repiten a menudo en la esfera religiosa (ver capítulo I). Desde el monje
español Pedro Ponce de León en el siglo XVI, el logopeda Juan Pablo Bonet también español que vivió entre los siglos
XVI y XVII, el abate francés Charles-Michel de l’Epée en el XVIII, el clérigo anglicano de origen estadounidense Thomas
Hopkins Gallaudet que vivió en el siglo XIX o el Padre Jaime Clotet cofundador de los misioneros claretianos en la España
del siglo XIX, comenzaron su labor evangélica y pedagógica con sordos (por lo general uno o unos cuantos) a partir de un
encuentro casi siempre fortuito. En el Templo de San Hipólito Jorge me comentó que la atención espiritual de los sordos
comenzó cuando el padre Camilo Torrente (también de los misioneros Claretianos) conoció a algunas personas sordas
(ver capítulo III). Se pueden esbozar algunos elementos que ayuden a explicar tal fenómeno, aunque rebasa por mucho
los objetivos de este trabajo. Sin embargo, al menos vale la pena dejar constancia de un suceso que se ha repetido una
y otra vez. Algo similar habría sucedido con el Claretiano Clotet. Pareciera que la tradición católico-cristiana de atender
a los «más vulnerables», ha dado lugar al encuentro con personas sordas en distintos momentos y lugares del mundo.
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