Page 162 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel T
Gabriel Tolentino Tapia olentino Tapia
Para Gulliver y Kitzel (2016) los espacios sordos adquieren múltiples atri-
butos físicos y temporales en función de cómo se generan y logran mantenerse.
Existen aquellos que son pequeños como el ámbito de una familia, pero duraderos
en el tiempo a través de la herencia genética y cultural de sus miembros. Por el con-
trario, también puede haber grandes espacios sordos como los que se promueven
en eventos internacionales, pero que terminan por diluirse al cabo de unos cuantos
días u horas.
Independientemente de su tamaño físico, algunos espacios como escuelas o
clubes, cuya duración en el tiempo ha sido más extendida, adquirieron un papel cen-
tral en tanto que permitieron la sedimentación de los vínculos sociales, el desarrollo
de las señas, la constitución de una identidad, memoria compartida, tradiciones y
festividades. Como he señalado, los espacios sordos poseen diferentes grados de
permanencia temporal y extensión física.
De acuerdo con Gulliver y Kitzel (2016) esta condición hace pensar que,
frente a la preeminencia del mundo oyente, los espacios sordos se presenten como
si fueran «pequeñas burbujas». Para los autores, no hay nada que haga del mundo
un mundo inherentemente oyente o sordo, sino que se produce de uno u otro modo
en función de las prácticas de las personas, en este caso según sus condiciones au-
ditivas. En consecuencia, tanto las comunidades oyentes como las sordas poseen la
facultad de producir sus propias geografías (Gulliver y Kitzel, 2016).
En mi opinión, con el argumento de los autores lo que está a debate es la
legitimidad de los espacios sordos frente al mundo oyente. Desde luego, a partir
de sus singularidades, la construcción de espacios y su legitimidad es un problema
que parece compartirse con otros tipos de geografías sociales y culturales relativas
a grupos no sólo minoritarios en términos sociodemográficos, sino también social-
mente marginados.
Además, dado que se reconoce que los espacios sordos ocupan diferentes
combinaciones de espesores espaciales y temporales objetivos, el problema no se-
ría sus dimensiones físicas, sino su posibilidad de existir. Finalmente, tal como se
reconoce dentro de las geografías sordas, los espacios sordos no son únicos y aisla-
dos; por el contrario, suelen formar parte de redes de espacios (Gulliver, 2008). Esta
condición permite disolver la noción de espacios sordos como «pequeñas burbujas»
que yacen aisladas. En todo caso, la situación de las comunidades sordas en la ciu-
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