Page 212 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia
Los casos de la Coalición de Personas Sordas (COPESOR) A. C. y de la Aso-
ciación de Sordos de la Ciudad de México A. C. son ejemplo de aquellas que no cuen-
tan con un lugar preciso. En el caso de COPESOR se trata de una asociación que a
menudo está involucrada en los proyectos referentes a la educación bilingüe y la
visibilidad de la comunidad en general. No cuentan con un registro oficial ante IN-
DESOL y tampoco con unas instalaciones. Pese a estas «ausencias», su presencia y
legitimidad no está puesta en duda por la comunidad Sorda y tampoco en los foros
públicos donde interactúan con diferentes actores del gobierno.
Cuando conocí a la profesora Selma en 2018, además de dar cursos de señas
y de joyería en IncluSor, también era integrante de COPESOR. Durante una entrevis-
ta, cuando llegamos al tema de las instalaciones de COPESOR (anteriormente había
intentado rastrearlas por Internet) me comentó que no contaban con ello: «nos reu-
nimos aquí en el café, cambiamos de lugares, en el centro, en Buenavista, en Polanco,
a veces en la casa de alguien, en la cafetería o por la cámara a través de Internet
cuando es una reunión de urgencia». La situación de COPESOR no es única.
Algunas otras, como la Federación Mexicana de Sordos (FEMESOR), muestra
en su página una dirección física en Iztapalapa, pero parece ser una dirección resi-
dencial porque ahí no suele haber eventos de la comunidad, al menos no abiertos.
Desde luego, la «carencia» de un lugar propio no significa que las asociaciones no
existan. Lo que surge de ello son dos cuestionamientos que pretendo abordar: 1)
qué estrategias de construcción y apropiación de lugares despliegan y 2) en qué
contextos sociales y políticos se hace palmaria la presencia de las asociaciones.
Desde que inicié con el presente apartado relativo a agrupaciones de perso-
nas sordas, he introducido las formas en las que constituyen lugares. Una de estas
maneras, quizá la más práctica, es pagar la renta de un establecimiento, como es el
caso de IncluSor y de algunas otras. En esta asociación la renta se cubre con lo que
se logra recaudar a través de ciertas actividades, especialmente con los cursos de
señas, aunque me percaté que era insuficiente. Observé que en ciertas ocasiones
Ángela y Jessica, las coordinadoras, debían poner de sus recursos económicos o en
especie para que pudiera seguir marchando la asociación.
Ángela me reiteró en varias ocasiones que luego de varios años era factible
que el gobierno les apoyara: «buscamos un lugar para IncluSor, es un objetivo y pe-
dirlo al gobierno. Nosotros consideramos que después de cinco años de trabajo ya
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