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Experiencias com-ún-itarias de iniciación en las señas




          personales, una vez que se ha habilitado un marco sociopolítico que permita esta
          práctica. En el caso de la comunidad Sorda sucede algo similar. A lo largo de la his-
          toria ha sido común que, en el ámbito de la intimidad comunitaria, como sucede al
          interior de las escuelas, cuenten sus historias personales (Ladd, 2003). No obstan-
          te, en la actualidad cada vez hay más foros públicos físicos y virtuales disponibles.
          Unas décadas atrás quizá hubiera sido impensable que integrantes de la comunidad
          Sorda se presentaran en la Cámara de Diputados. 116  Esta apertura debe ser leída en
          el marco de las actuales políticas del reconocimiento, pero no como una concesión
          gubernamental, sino como resultado de un largo proceso de búsqueda de visibiliza-
          ción forjada por la misma comunidad.

                 Existe, pues, un escenario sociopolítico en una época particular donde la ex-
          presión biográfica cobre presencia, pero aunado a estas posibilidades contextuales,
          ¿a qué responde este ímpetu generalizado? Relatos como el de la profesora Irma,
          dejan ver que la «biografía sorda» posee un carácter y utilidad política, aunque tal
          ímpetu va más allá de esta posibilidad. Si se habla de la existencia de una «comuni-
          dad» es porque entre sus miembros existe por lo menos un atributo que les resulta
          «común». La lengua de señas, más que la «carencia» sensorial auditiva, se ha con-
          formado como el elemento central que ha permitido dar origen y continuidad a esta
          comunidad. 117   Es mediante el recurso lingüístico que se habilita el mutuo entendi-
          miento y la comprensión del mundo.

                 La lengua de señas, sin embargo, habitualmente se introduce en el relato au-
          tobiográfico; por ejemplo, en su narración la profesora de Nuevo León expresa cómo
          fueron sus primeros contactos con este idioma a través del deporte. Entonces, me
          atrevo a enunciar que hacer comunidad comienza con el acto de revelar la biografía
          en público, ya sea entera o sólo una parte, a través de un idioma compartido. Es ahí
          donde los miembros encuentran resonancia, puntos de encuentro identitario. Este
          tipo de prácticas estarían revelando entre los sordos lo que Heinz (2016) define como
          «autosocialización», es decir, el proceso reflexivo de construir y de saber comunicar
          el vínculo entre el pasado biográfico, el presente y la planificación del futuro.

          116   Esta presentación no ha sido la única. Desde hace más de dos décadas, por lo menos, organizaciones de la comunidad se
              han presentado en recintos como la cámara de diputados. Algunas veces las reuniones han ocurrido de la mano con otros
              colectivos de discapacidad. En la actualidad, MEBISOR y la UNSM han perfilado encuentros específicos de la comunidad
              sorda con las autoridades.
          117   «Ausencia», «pérdida», «carencia» o «falta» son las expresiones más comunes empleadas desde la retórica oyente para
              definir a la condición de las personas sordas, siempre desde un marcador negativo. Entrecomillo dichas palabras con la
              finalidad de poner en entredicho este discurso. Desde luego, pueden ser empleadas por personas sordas, lo que revelaría
              que han comprendido que «carecen» de un sentido sensorial a través del proceso de diferenciación con los oyentes, asu-
              miendo el discurso de la «pérdida».

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