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Experiencias com-ún-itarias de iniciación en las señas




                 Rocío, amiga de Marcela, a quien también conocí en IncluSor, compartió este
          arraigo al Templo, incluso más pronunciado que Marcela; mientras que Marcela se
          mantuvo asistiendo con frecuencia durante poco más de una década, en 2019 Rocío
          continuaba visitando el sitio desde hace más de cuarenta años. Además de esta dife-
          rencia, que será objeto de un apartado posterior, destaca el modo distinto de arribo
          al Templo:

                En el INCH a mí me dieron una invitación para ir a San Hipólito y yo se la di a mi mamá (…)
                tendría unos 13 años (nació en 1960), después a los 14 yo le decía a mi mamá: «no quiero estar en
                la casa, yo quiero ir» y sí: me llevaba. Había que atravesar una avenida, caminar bastante. Ya lle-
                gábamos a la misa, yo veía al padre Ángel, mi mamá atrás esperaba (…) yo veía que señaban las
                oraciones y veía señas del diablo, de la maldad, entonces poco a poco fui aprendiendo (…) conocí
                a muchos amigos y terminando la misa nos dedicábamos a convivir, a platicar y a aprender más
                de la lengua de señas (Rocío).


                 En la misma conversación, Marcela complementó lo que mencionó Rocío, di-
          ciendo que al INCH solía acudir una mujer que llevaba invitaciones en papelitos para
          asistir al Templo al catecismo y realizar la primera comunión. Mediante los relatos
          de Rocío y de Marcela nuevamente se ponen de manifiesto los nexos entre distintos
          ámbitos en los que se circunscriben las personas sordas.


                 Más allá de la evidente diferencia entre el INCH y el Templo de San Hipólito
          (una dedicada a la rehabilitación y la otra a la espiritualidad) se erige un contraste
          social y lingüístico. Pfister (2015) ha hecho notar que frente al enfoque individualis-
          ta de las instituciones de rehabilitación (como el INR que analiza y que es resultado
          de la fusión de institutos de rehabilitación, incluido el INCH) centrado en la terapia
          aislada, las señas se aprenden en contextos más orgánicos y comunitarios. Rocío
          deja ver que «migró» a la lengua de señas, precisamente dentro de un contexto más
          asociativo.


                 Una tercera modalidad de encuentro con el Templo se asocia con los cursos
          que ahí se dan. De acuerdo con mis observaciones, en realidad es poco frecuente que
          las personas Sordas ingresen al Templo a través de la búsqueda de cursos de señas.
          En estos es más recurrente la solicitud por parte de oyentes en su rol de familia-
          res, estudiantes, investigadores como yo, incluso personas que pertenecen a otras
          religiones y público en general que ha manifestado un interés por aprender señas.
          A menudo los niños sordos que llegan ya han aprendido señas en otros sitios, espe-
          cialmente en las escuelas, y los que se inscriben van acompañados de algún familiar
          con el objetivo de extender su acervo lingüístico.

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