Page 270 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia




        por medio de las reuniones informales con amistades. Bajo los criterios en mente,
        localizaron la secundaria técnica No. 17 ubicada en la zona de Coyoacán.

               En esta escuela había, pues, más sordos y era la primera ocasión que se en-
        contraba con sus compañeros, aunque él ingresó con su amigo el mago. Recuerda
        que, entre sus profesores, una sabía señas, de modo que había una suerte de mezclas
        comunicativas: «con señas nos comunicábamos: ‘bienvenidos a la escuela, al grupo
        de sordos, ella es la maestra de señas’, un poco, pero más oralización, mímica, leer
        los labios… Éramos 10 alumnos compañeros sordos» (Fernando). El grupo estaba
        conformado por 10 sordos. A diferencia de los otros grupos oyentes que debían de
        cambiar de aula para cada asignatura, los sordos permanecían en la misma. Por el
        relato de Fernando parece ser que se encontraban en un contexto de segregación al
        interior de la institución.

               En el mismo sentido, Eduardo manifiesta haber comenzado a aprender se-
        ñas en la escuela secundaria cuando tenía cerca de 13 años, pero bajo una suerte de
        subpolítica: los profesores sólo oralizaban, el conocimiento y el intercambio de las
        señas se produjo entre los alumnos. Tanto Fernando como Eduardo dejan entrever
        los niveles nulo o parcial de las señas como política al interior de la escuela pública.
        Como he descrito, algunas otras personas tuvieron su primer contacto con las señas
        en el INR, pero también en el IPPLIAP a través del INR. De este modo, una institución
        se vuelve antesala de la otra; así lo constata Ofelia, mamá de Paulina, una joven Sor-
        da que estudió en IPPLIAP, lugar donde las conocí: «en el INR me dijeron que ya
        no podía estar ella (su hija) en terapias de lenguaje porque ella no estaba hablando
        y no quería el aparato. La terapeuta de comunicación humana me dice: ‘te voy a
        recomendar una escuela’, que es cuando la terapeuta me recomienda al IPPLIAP»
        (Ofelia).

               El relato sobre la terapeuta que, frente a la fallida prueba con los métodos
        auditivos y orales, recomienda IPPLIAP, se repite en varias entrevistas y es concomi-
        tante con la posición de Liliana, quien recomienda continuamente acercarse a tal es-
        cuela. El patrón observado manifiesta una jerarquía lingüística persistente entre el
        español y la LSM donde, al fracaso de la primera, sobrevienen las señas. La trayecto-
        ria familiar iniciada en las instituciones de rehabilitación y luego en escuelas donde
        se aceptan y promueven abiertamente las señas no es de sorprender si se recuerda
        que por lo general ante un «problema de salud» la agente acude inmediatamente a
        las entidades médicas.



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