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Experiencias com-ún-itarias de iniciación en las señas



                Se acabó mi carnet (documento que valida la inscripción a la institución y su vigencia), se acabó el
                periodo de un año porque ahí los cortes son anuales y después en enero del siguiente año tenía que
                ir a pedir otro carnet para seguir con mis estudios, pero era nada más para la lengua de señas, yo
                no necesitaba, afortunadamente contaba con recursos para comprarme mi auxiliar. Mi intención
                no era que me regalaran un auxiliar, sino que me incluyeran en los cursos de lengua de señas, pues
                me desesperé y ya no regresé (…) desde el principio cuando llegué con la doctora, en la primera
                cita médica le dije que iba a eso (a curso de señas) y me dijeron: «bueno, pues vamos a hacerle los
                estudios» (Olivia).


                 Una vez inscrita a la institución, comenzaron a hacerle distintos tipos de
          análisis clínicos. «Entre cita y cita» pasó un año para llegar a la conclusión médica
          de algo que ella sabía de antemano: que requería aparatos auditivos. Su intención
          original, la de acudir a los cursos de señas, fue desplazada por la preeminencia mé-
          dica centrada en la audición. La institución parece aplicar un protocolo en el que
          las señas se presentan como opción posterior o última. El relato de Olivia confirma
          la perspectiva de Liliana, quien trabaja en el INR enfocada en la LSM. Describiendo
          en el capítulo III el origen del INR, se puso de relieve cómo es que la LSM se fue
          introduciendo en la institución, aunque destinada a los «desahuciados» (auditiva y
          lingüísticamente hablando) como Liliana expresa.


                 La decisión personal de Olivia, una decisión sumamente política, quedó sus-
          pendida por el aura de la institución. Su subjetividad en torno a su capacidad senso-
          rial de oír y la necesidad de acudir a las señas, también fue desestimada. Abrevando
          del concepto de «obligatoriedad heterosexual», McRuer (2002), introduce el con-
          cepto de «capacidad corporal obligatoria» para dar cuenta de las coerciones sociales
          que orientan a los seres humanos inscribirse dentro de los mecanismos que re-habi-
          liten una capacidad corporal (englobando lo sensorial, intelectual, psíquico y físico)
          normal aceptable. De acuerdo con el autor, la obligatoriedad se presenta ilusoria-
          mente como opción. Dado el influjo casi omnipresente del discurso y las prácticas
          orientadas a forjar la capacidad normal, en realidad la opción no existe. La experien-
          cia específica de Olivia nos lleva a una suerte de «obligatoriedad oyente» (Tolentino
          y Sierra, 2021) en la que aparentemente podría elegir entre aparatos auditivos, LSM
          o ambas, aunque ciertamente la institución ya había decidido. Tuvieron que pasar
          más de diez años luego del desencuentro para que Olivia retomara el interés por las
          señas y comenzar a aprender por medio de una asociación civil; asunto que ocupará
          la atención posteriormente.


                 Conocí a Cristina y su hija Gisela en el Templo de San Hipólito. Cristina relata
          que al no ver los resultados esperados con el implante coclear (más que escuchar,

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