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Experiencias com-ún-itarias de iniciación en las señas




          tacto con el resto de la comunidad, sus instituciones y sus grupos informales. En
          este sentido, aunado a la familia, muchos niños sordos y oyentes han sido proclives
          a convivir con los amigos sordos de sus padres, como indica Martha, una vagonera
          que labora en la línea 3 del Metro: «mis padres son sordos, yo nací sorda y bueno,
          después invitaron a sus amigos y yo fui aprendiendo lengua de señas así con la con-
          vivencia» (Martha). En términos de escalas geográficas, luego del ámbito residencial
          viene el barrial. La misma «soledad» en la que habita la mayoría de los sordos desde
          el punto de vista familiar, sensorial y comunicativo, se percibe a nivel de la locali-
          dad de residencia. La excepción de los grupos con los que trabajé son los vagoneros
          quienes, entre algunos de ellos, comparten el sitio de trabajo, vínculos consanguí-
          neos y relaciones de vecindad. Sin embargo, lo común a las personas sordas es vivir
          en barrios donde no hay nadie más con la misma condición, al menos no que se sepa.
          En su libro de pasajes autobiográficos, Rascón (2016) narra una experiencia muy
          singular referida al encuentro con sordos señantes:

                — ¡Tomasa! Conocí a una muchacha que no oye - dejé de lavar los trastes.
                — A ver, ¿a quién?
                — Se llama Laura Delia y vive cerca de aquí. ¡No oye!
                Quedé muda de asombro. Este hermano y yo creíamos que éramos los únicos sordos en Tijua-
                na. Lo mismo pensábamos cuando vivimos en Mexicali porque nunca habíamos visto personas
                sordas. Así que no le creí hasta que, pasados unos días, me la presentó. Jamás imaginé que iba a
                sentir un gran alivio, por muchos años pensé que era la única mujer con discapacidad auditiva (lo
                era entre mis hermanos y primos) y que era un caso especial como para que me presentaran ante
                una multitud en un circo (Rascón, 2016: 131).


                 Desde la introducción general argumenté de la mano de Wirth (1938) que
          la cercanía física no implica mucho en términos sociológicos si no existe un víncu-
          lo. La experiencia de Rascón pone de manifiesto cómo la cercanía espacial queda
          absorbida o dominada por el desconocimiento acerca del emplazamiento de otros
          sordos (además señantes) en el entorno inmediato. En el relato subsecuente, Ras-
          cón conduce al lector por su camino rumbo a la aceptación de las señas, el en-
          cuentro con la comunidad sorda, su formación y desempeño en la «Escuela para
          niños sordos» y el convertirse en activista fundadora de una asociación civil; una
          historia que recuerda a la de la profesora Irma. El objetivo de recuperar esta viven-
          cia en particular fue indicar un encuentro desde el ámbito barrial, destacando las
          vicisitudes entre cercanía espacial y lejanía social. En este capítulo abordaré otras
          experiencias en las que se tensiona lo espacial y el conocimiento social acerca de
          los lugares ocupados por la comunidad sorda y sus diferentes colectivos donde las
          señas están disponibles.


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