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Gabriel Tolentino Tapia
Durante buena parte del siglo XX fueron intensas las migraciones rural-ur-
bana del interior del país a la Ciudad de México. Aunque en las últimas décadas se
han registrado descensos en el ritmo de crecimiento poblacional en la capital (An-
zaldo, 2016), todavía sigue siendo un núcleo de atracción laboral. Ese es el caso de
cuatro hermanos sordos que, uno a uno, provenientes de una zona serrana del esta-
do de Veracruz han arribado a Milpa Alta con la finalidad de encontrar trabajo. Tres
de ellos se han introducido en la construcción, mientras que uno encontró empleo
en el mole, un sector gastronómico arraigado a la localidad de San Pedro Atocpan,
considerada por el gobierno como «barrio mágico». Una vez asentados en la zona de
Milpa Alta, fueron abordados por los Testigos de Jehová. Pablo, uno de ellos, cuenta
su experiencia de migración en función de la adquisición de las señas:
Mi mamá y mi papá, ellos me mandaron a la escuela, pero el maestro me corrió, ¿pero ellos qué hi-
cieron?, ellos (sus padres) nos dejaron hasta que crecimos, estábamos tranquilos, estábamos bien,
pero mi papá y mi mamá no, solos crecimos así. Yo no sabía las señas, por ejemplo, de la madera,
yo no sabía cómo era. Después aquí en México (Ciudad de México) aprendí señas. Los Testigos
de Jehová me enseñaron (…) Estamos igual: Pedro, Paúl y yo (los tres hermanos), los Testigos de
Jehová nos enseñaron (Pablo) 133
Más adelante, en la entrevista colectiva, los hermanos sordos aclaran que
fueron rechazados en la escuela porque no «hablaban». Un efecto no previsto de
su migración habría sido el comenzar a aprender señas e integrarse a la religión, lo
que supuso incorporar sus preceptos, como se dilucidará más adelante. Si bien la
gran mayoría se integró a esta religión mediante la labor de predicación, también ha
ocurrido que alguien llegue por su propia cuenta luego de encontrarse con un folleto
de los Testigos de Jehová. Quizá la única experiencia de este tipo, al menos cuando
estuve asistiendo, fue la de Manuel. Vale la pena exponerla con más detalle.
Cuando lo conocí en 2018, tenía 33 años. Es originario de Milpa Alta y siem-
pre ha vivido ahí. Alguna vez intentó usar aparatos auditivos, pero comenzó a tener
mareos y dolor de cabeza, por lo que decidió quitárselos. Fue a la escuela hasta
los diez años aproximadamente. En la institución educativa no había intérpretes de
señas. Todo era oral y escrito. Por aquella época, desde muy joven, acostumbraba a
laborar en el campo con su padre. A partir de los 17 años comenzó a trabajar como
pintor. Dentro de su grupo de trabajo él es el único sordo.
133 Se trata de 6 hermanos, de los cuales 4 son sordos. Pablo hace referencia a que Pedro, Paúl y él han aprendido señas
con los Testigos, mientras que el cuarto hermano sordo, Porfirio, todavía estaba viviendo en Veracruz, residiendo tempo-
ralmente en Milpa Alta y visitando esporádicamente a la Congregación.
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