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Experiencias com-ún-itarias de iniciación en las señas




                 Cristiana ha llamado la atención sobre los sordos implantados y la duda sobre
          la comunidad (sorda u oyente) de pertenencia. Anteriormente reproduje esta idea de
          ella: «ya cuando eres implantado, pues muchos niños ya no saben si son sordos o son
          oyentes y tienen una situación de identidad bastante mala». En una posición similar,
          Selma y Joaquín, madre y padre de Noé, un niño sordo (a quienes conocí en el Templo
          de San Hipólito) consideraron que luego de un gran recorrido por instituciones de
          rehabilitación, métodos orales y escuelas que privilegiaban el español, lo importante
          es que su hijo Noé «al menos que se sienta parte de algo, necesita identidad, necesi-
          ta estar con sordos. Lo que queremos para nuestro hijo es que tenga identidad (…)
          queremos que él se sienta parte de una comunidad» afirmó reiterativamente Selma
          durante las sesiones de entrevista y otras pláticas informales.


                 Ahora bien, es sugerente el hecho de que Selma y Joaquín dejen entrever que
          la adquisición de la identidad sorda y las señas no son procesos que precisamente
          arranquen de modo paralelo. En su relato como familia (entrevista con ambos) in-
          dican que tanto ellos como padre y madre y su hijo comenzaron a aprender señas
          antes de que Noé se descubriera como sordo frente a un mundo oyente. A diferencia
          de otros tantos sordos que han aprendido señas en contextos grupales, Noé tuvo
          esta primera experiencia lingüística a partir de clases particulares brindadas por
          una profesora oyente. Luego de su introducción a las señas, hubo que buscar un
          preescolar para inscribirlo. Teniendo pocas opciones, acudió a uno de oyentes como
          afirmó Selma: «en segundo de preescolar Noé empezó a darse cuenta de que era di-
          ferente... empezó a aislarse, él se daba cuenta de que no era igual, como a los 4 años
          y medio (de edad)». Luego de este primer encuentro de alteridad, Selma y Joaquín
          decidieron inscribirlo a un CAM:

                Dijimos: «okay, si ya no está bien aquí (en el preescolar)…», o sea obviamente en ese tiempo
                en los dos años que estuvo ahí en preescolar nosotros ya habíamos estado más con sordos, ya
                sabíamos qué otras escuelas había y dijimos: «bueno, vamos a cambiarlo al CAM; ¿qué pasó? nos
                dijeron (otros profesores): «en el CAM no les va a dar nada», digo no sé si sea en todos los casos
                pero el CAM la única ventaja que le vimos, que también es en la ciudad de Oaxaca, era que tenía
                grupo de sordos (…) lo del aislamiento le pasó más cuando estuvo en preescolar y cuando la cam-
                biamos, verdad, es que sí se nota mucho el cambio de pertenencia o desde el sentido de identidad
                que yo siempre digo (…) empezó a tener identidad cuándo lo pasamos al CAM porque todos los
                sordos salían a jugar al mismo tiempo al receso y comían juntos y luego jugaban (…) Cuando
                entró a CAM digamos socialmente hablando empezó a percibirse como: «ah, yo soy sordo», pero
                educativamente no, no sentimos… sentimos que el tiempo que él estuvo en CAM pues no aprendió
                ahí nada (…) yo creo que sí le dio como seguridad, sentido de pertenencia el CAM) y lo reafirmo
                completamente aquí en IPPLIAP (Selma).



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