Page 298 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia




               Durante esta primera época de la niñez, además de reconocer que había sor-
        dos y oyentes, Noé también se dio cuenta de su diferencia con respecto de Selma y
        Joaquín. Selma interpreta el pensamiento de su hijo: «‘Okay, sí, pues todos hacen
        señas’ (su padre y madre) y fue hasta tercero, o incluso cuarto de primaria, cuando
        él se dio cuenta qué sí saben señas (sus padre y madre) pero no son sordos: son
        oyentes». De acuerdo con la interpretación de Selma, para Noé su familia nuclear se
        constituyó como una «burbujita» en la que todos hacían señas.

               La metáfora de la burbuja se presta a varias interpretaciones. Quizá al des-
        cubrir que sus padres también eran oyentes pero que practicaban las señas, la bur-
        buja se reventó. Otra vía de interpretación sugiere que la burbuja también pudo
        haberse reforzado sin que ello signifique permanecer aislado, pues Noé comenzaba
        a interactuar con sordos más allá del ámbito doméstico y a definir su identidad.

               Jessica revela otra manera sugestiva en la que la identidad sorda se define
        con respecto de la condición auditiva. Cuando comenzó a perder la audición durante
        la juventud, a los 23 años, ya se encontraba laborando en un contexto oyente. Había
        aprendido a leer los labios. Si era necesario, hablaba de su condición definiéndola
        como un «problema para oír», según recuerda.

               Aun cuando todavía algunos oyentes creen que la palabra «sordo» hoy pudiese
        parecer políticamente incorrecta, entre la comunidad y el mundo goza de centralidad
        para definir la identidad. Del «tengo problemas de audición» a «soy sorda» se traza una
        importante distancia emocional, identitaria y cultural. Más adelante en su relato, Jessi-
        ca profundiza sobre la disyuntiva de ya pertenecer al «mundo de los oyentes», leer los
        labios, usar su voz y luego comenzar a comunicarse con señas. Es en ese laberinto o
        encrucijada comunicativa donde comienza a forjarse la transformación de la identidad:

             Habiendo recibido el diagnóstico que yo era hipoacusia a los 23, hasta los 49 años yo siempre usé
             mi voz. 26 años yo usaba mi voz y yo no convivía con sordos señantes. Yo estaba integrada en mi
             trabajo y yo leía los labios y yo sabía que era sorda, pero no tenía la identidad de sorda como la
             tengo ahora. Yo sabía que era sorda, pero yo hablaba de mi problema de audición cuando tenía
             que expresarlo, yo decía que tenía problema para oír... sí, que tenía problemas de audición, pero
             yo no me refería a mí misma como sorda; yo decía: «este, perdón, yo tengo problema de audición,
             ¿me puede repetir?, no oigo bien, ¿me repite?», pero la verdad es que mi hipoacusia ya era profun-
             da, pero entonces era complicado porque yo estaba integrada al mundo de los oyentes (Jessica).


               Jessica habría pasado varias décadas como una persona que «no oye», asu-
        miendo la responsabilidad de esforzarse por seguir comunicándose en un mundo

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