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¿Quién es el sujeto Sordo? Capitales comunicativos y liderazgo
La condición de «forastero» según la terminología de Elias y Scotson (2016),
quizá similar a la que se llega a atribuir a los sordos en el mundo oyente (Higgins,
1980; Lane, 1992; Schein, 1989), no sólo es vivida por sordos postlingüistas. Como
se verá enseguida, es compartida por algunos sordos de nacimiento y especialmente
hipoacúsicos que, por distintos motivos (destacando el impedimento familiar y mé-
dico), no pudieron acercarse antes a la comunidad; sólo hasta que condiciones como
la autonomía o el inevitable encuentro social lo produjo.
Como señalé casi al inicio del capítulo III, más que la condición auditiva, es
la lengua de señas el elemento que ha permitido el desarrollo y vigencia de la comu-
nidad sorda. Sin embargo, quienes forman parte de la comunidad no precisamente
comparten el mismo horizonte sensorial. Para la ciencia audiológica, la capacidad
de oír recorre escalas numéricas bajo un «rango de audición humana». En términos
cualitativos, el umbral de la audición va del estándar «normal», pasando por la pér-
dida leve, moderada, profunda y severa.
La condición auditiva nunca es sólo aspecto orgánico; es vigorosamente so-
cial porque la audición vincula al sujeto con el habla oral y la comunicación. Fren-
te al mundo oyente, los llamados «restos auditivos» pueden potenciarse mediante
aparatos auditivos o implante coclear y con ello adquirir «ganancia auditiva», lo que
facilitaría la interacción con oyentes. No obstante, en la comunidad sorda los «res-
tos» y las «ganancias» adquieren otras lecturas y consecuencias. Por esta razón, la
hipoacusia leve o moderada, así como su potenciación mediante la ayuda tecnológi-
ca, constituye una suerte de «capital comunicacional» que es relacional: beneficia o
perjudica al sujeto según las circunstancias.
Durante el periodo de preparación del proyecto de investigación en el aula,
hubo quien alzó la mano para preguntar sobre una delimitación más clara del colectivo
con el que trabajaría: «¿serán sordos o hipoacúsicos?» Antes que inclinarme por de-
terminado grupo en función de la gradación auditiva, intuitivamente decidí dirigirme
al trabajo de campo con «la comunidad Sorda» esperando conocer quiénes eran unos
y otros y qué relaciones establecían entre sí. Al final, la decisión permitió vislumbrar
cómo se «delimitan» las personas entre sí a través de discursos y actos cotidianos.
La gradación auditiva trasciende el marco fisiológico y médico para conver-
tirse en objeto de materia sociológica y antropológica, en tanto se inserta dentro
de la comunidad Sorda como elemento de diferenciación social, de formación, de
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