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¿Quién es el sujeto Sordo? Capitales comunicativos y liderazgo




                 Algunas ocasiones visité la sala de LSM de la Biblioteca Vasconcelos, ubica-
          da al norte de la ciudad, y platiqué con Rogelio, el encargado. Una de esas veces se
          dispuso a comentarme el conjunto de problemas cotidianos y laborales a los que
          se enfrenta, en los que incluyó su condición auditiva, comparándose con la antigua
          encargada que además de ser hipoacúsica utilizaba aparatos auditivos. Lo que re-
          saltó es que, a diferencia de él, que es sordo profundo, para la anterior encargada
          las cosas se facilitan más porque posee mejor comprensión. No es que ella tuviese
          la culpa de cómo vivía y se sentía Rogelio, pero era sugerente el modo en el que se
          ubicaba frente a alguien que cuenta con otros atributos de orden auditivo. Empero,
          en otros contextos el despliegue de superioridad, dicho abiertamente o demostrado
          mediante actos, es captado por los sordos, como declaró uno de los integrantes de
          En Traducción: «algunos se sienten más que los sordos, intentan corregir a los sor-
          dos… y no se ven equitativamente con relación a los sordos. Parece que el estatus
          social de hipoacúsico es más alto que una persona sorda».


                 Para algunos sordos, la pretensión de ciertos hipoacúsicos de asimilarse al
          sujeto oyente, es declarada bajo la noción de «sordos falsos», como refirió Eduardo
          durante nuestra entrevista. La disyuntiva se relaciona con la ausencia de una identi-
          dad sorda en la que, como se indicó en el programa de En Traducción, determinados
          hipoacúsicos se han inclinado decididamente por convivir con oyentes y rehusar
          a las señas, aunque su identidad de oyente tampoco está totalmente definida: «no
          es que los sordos los quieran rechazar, pero ellos quieren estar más del lado de los
          oyentes, están en medio de ‘la nada’», afirmó una integrante.

                 De este modo, la audición, como cuestión sensorial y medible, se convierte
          en un tema de identidad sobre hacia qué extremo las personas decidan decantarse,
          como señala Ángela: «en mi experiencia de 30 años trabajando con niños, jóvenes,
          adultos y ancianos sordos e hipoacúsicos, la diferencia es de identidad y de uso o
          no de la lengua de señas; qué tanto te sientes identificado con la sociedad oyente».
          No menos importante es el hecho de que el distanciamiento de hipoacúsicos con
          respecto de los sordos esté mediado por la visión y control de los oyentes: «había hi-
          poacúsicos que no querían aprender señas, querían convivir más con oyentes, pero
          no se reconocen como sordas. Conocí gente hipoacúsica a la que no le daban permi-
          so en sus casas aprender señas» comentó una integrante de En Traducción.


                 Al contrario de hipoacúsicos cuya inclinación por el mundo oyente es pal-
          maria, personas como Eduardo que, además de considerarse hipoacúsicas y utilizar



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