Page 462 - Más allá de la razón oyente digital digital
P. 462

Gabriel Tolentino Tapia




        aparato auditivo, se definen como sordas en el plano asociativo y lingüístico: «yo
        que soy hipoacúsico, pero siento mejor la comunicación en señas con las personas
        sordas, es muy diferente». 210  Una posición similar guarda una integrante de En Tra-
        ducción: «fui oralizada, sigue siendo sorda y usa señas y se reúne con sordos y puede
        hablar, pero se acepta como sorda. Lo importante es cuando te aceptas como sordo».
        No necesita etiqueta como hipoacúsica». Además, entre miembros de la comunidad
        como Eduardo o Ruth (que son compañeros en una asociación civil) de quien apren-
        dí señas en el aula y es identificada por algunos como «líder sorda», la utilización del
        aparato auditivo se debe a una cuestión práctica: «en la calle me funcionan con los
        sonidos fuertes, el claxon de los coches, lo uso para sentir la vibración de los sonidos
        (…) me da seguridad». El uso del aparato auditivo cobra sentidos distintos cuando
        es impuesto por los oyentes o reapropiado por sordos.

               Los dos capítulos pasados dieron cuenta de las trayectorias biográficas, cuyo
        resultado ha sido involucrarse y permanecer en la comunidad y, en este proceso,
        determinados capitales sociales también operan como catalizadores tanto para sor-
        dos como para hipoacúsicos. Por ejemplo, en el caso de Eduardo fue significativo el
        que contara con otros dos hermanos sordos. Raúl, cuya vida giró en otra dirección,
        se caracteriza no sólo por poseer secuelas auditivas y oralizar, sino también por no
        contar con capitales sociales sordos en el seno familiar y el tener que abandonar sus
        primeros aprendizajes de señas en el Templo de San Hipólito debido a problemas
        económicos y la necesidad de hallar empleo. Por lo tanto, el grado de audición no
        determina la identidad. Es resultado de procesos de socialización de largo aliento
        en el que los sordos se van descubriendo como «sordos» en el sentido lingüístico
        y asociativo. Una manera sugerente de entender dicho cambio fue enunciado en el
        capítulo V en el que se expone cómo Jessica pasó de decir «no oigo» a «soy sorda».


               Los destinos entre hipoacúsicos son distintos: más allá de alcanzar deter-
        minado grado de audición, apoyarse con el aparato auditivo, practicar la lectura la-
        bio-facial u oralizar en mayor o menor medida, Raúl experimentó una especie de
        desencanto temprano con respecto de la comunidad, lo que se tradujo en un fenó-
        meno de repelencia. Eduardo, por su lado, se inclina decididamente por las señas,

        210   Durante el programa de En Traducción en el que se abordó el tema de la hipoacusia, participó un invitado que expuso
            su experiencia en Alemania. En México parece no haber asociaciones civiles formadas exclusivamente por gente con
            hipoacusia, pero en Alemania sí. El invitado señaló que en aquel país existen hipoacúsicos que se distancias de las or-
            ganizaciones de sordos para formar las suyas, aunque al final, junto a quienes tienen implante coclear, también hacían
            señas. Este último comentario remite a la premisa declarada por Leticia como quedó asentado en el capítulo pasado,
            según la cual no ha conocido a sordo con implante, oralizado o con aparato auditivo que «no haya terminado en el
            mundo de las señas».

                                             462
   457   458   459   460   461   462   463   464   465   466   467