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La lengua de señas como acervo disputado




          de señar y usar socialmente las señas (con cursos o interpretación) responden a la
          necesidad de preservar la legitimidad sobre el elemento cardinal que da lugar a la
          comunidad sorda, el cual hasta hace poco tiempo era menos reconocido, pero hoy
          visto por muchos oyentes con alguna utilidad simbólica y económica.

                 Ubicados en un marco de relaciones culturales de poder, las formas de apro-
          piación del español por parte de sordos, no son las mismas que las formas de apro-
          piación de la LSM por parte de oyentes. A menudo, en el primer caso se trata de
          una imposición y una necesidad para acceder a determinados bienes y servicios.
          En el segundo caso, no siempre quedan claras las intenciones. Además, como se ha
          descrito a lo largo del capítulo, los objetivos implícitos o más explícitos esgrimidos
          por los oyentes tienen como finalidad obtener una ventaja económica o simbólica
          de la LSM, no siempre respaldada por los sordos. Por lo tanto, mientras que muchos
          sordos «deben» aprender español, los oyentes «deciden y desean» aprender LSM.


                 Una excepción serían los HOPS, dado que se ven empujados a aprender LSM
          desde corta edad por necesidad e influencia de sus padres y madres. Por otro lado,
          el discurso oyente actual que refiere a las intenciones de «ayudar», ser «inclusivos»,
          aprender señas o enseñar señas por «amor» a las mismas señas y a los sordos, debe
          tomarse con mesura. Puede expresar otra modalidad de la «máscara de la benevo-
          lencia» (Lane, 1992) y un «porno inspiracional» (Young, 2012), cuyo discurso de
          «buenas intenciones» encubre objetivos morales, económicos y simbólicos perso-
          nales, los cuales, además, perjudican social y económicamente a los sordos y a la
          cualidad de la lengua de señas. 274

                 En este sentido, es necesario insistir sobre la diferencia entre las discusio-
          nes que las personas sordas mantienen entre sí, de las que involucran a oyentes. En
          el primer caso, si bien operan distinciones de clase y por acumulación de capitales,
          en el segundo se incorpora otra dimensión de poder relativa a la condición de oyen-
          tes. Frente a estas situaciones, habrá de comprenderse que no es la misma situación
          cuando una persona sorda realiza una configuración «incorrecta» de determinada
          seña o ejecuta un español signado, a cuando lo realiza un oyente. 275  Estas prácticas
          entre sordos podrían responder a la influencia del español, pero entre oyentes no se

          274   Aunado al discurso que posiciona el aprendizaje o la enseñanza de señas por parte de oyentes como una práctica
               inclusiva, en años recientes se ha forjado y diseminado en redes sociales virtuales otro discurso según la cual, lo verda-
               deramente inclusivo no está en cambiar letras (aludiendo a cuestiones de género) sino en aprender Braille o LSM. En
               realidad, este falso posicionamiento toma como «rehenes» temas alusivos a la discapacidad y a los sordos para causas
               lingüístico-políticas poco preocupadas realmente por los usos y sentidos tanto del Braille como de la LSM.


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