Page 61 - Más allá de la razón oyente digital digital
P. 61

La trama de la razón oyente en Occidente



                Incidentalmente, sin embargo, es la escucha la que más contribuye al desarrollo de la inteligen-
                cia. El discurso racional es una causa de instrucción en virtud de que es audible, aunque no en sí
                mismo, sino indirectamente, ya que está compuesto de palabras y cada palabra es un símbolo. En
                consecuencia, de las personas que por nacimiento están privadas de cualquiera de los sentidos, los
                ciegos son más inteligentes que los sordos o los tontos (Aristóteles, 1991: 3).

                 Si se sabe que en la cultura griega se desplegó un discurso y práctica eugené-
          sica con relación a la gente que no cumplía los estándares de normalidad corporal,
          ¿qué habría pasado con las personas sordas? Rose (2003) y Ferreri (1906) coinci-
          den en dudar que hayan sido eliminadas desde que nacían, a diferencia de, por ejem-
          plo, gente con discapacidades más evidentes como la física. Ya que la falta de habla
          oral sería el rasgo que podría revelar una discapacidad auditiva, y que se evidencia
          hasta varios años después de nacer, ello habría contribuido a evitar su eliminación
                    17
          temprana.  En todo caso, una vez adultas, las personas sordas en la época griega
          habrían enfrentado serias dificultades. La falta de audición, de una lengua oral y de
          razonamiento (según la idea de los oyentes), pudo ubicar a la gente sorda en los
          márgenes sociales, lejos de la arena política, intelectual y educativa (Rose, 2006;
          Ferreri; 1906; Laes, 2011). Pese a la importancia otorgada a la oralidad y a la posi-
          bilidad de comunicarse, representar el mundo con las manos fue reconocida como
          posibilidad en la antigua cultura griega, aunque de manera ambigua. Ferreri (1906)
          y Laes (2011) nos recuerdan que en uno de los Diálogos de Platón (específicamente
          en «Crátilo, de la recta razón de los nombres»), Sócrates le dice a Hermógenes:

                — Sócrates: Contéstame esto: si no tuviéramos voz ni lengua y nos quisiéramos manifestar re-
                cíprocamente las cosas, ¿acaso no intentaríamos, como ahora los sordos, manifestarlas con las
                manos, cabeza y el resto del cuerpo?
                — Hermógenes: ¿pues cómo sino, Sócrates?
                — Sócrates: Si quisiéramos, pienso yo, manifestar lo alto y lo ligero, levantaríamos la mano hacia
                el cielo imitando la naturaleza misma de la cosa; y si lo de abajo o lo pesado hacia la tierra. Si
                quisiéramos indicar un caballo a la carrera, o cualquier otro animal, sabes bien que adecuaríamos
                nuestros cuerpos y formas a las de ellos (Platón, 1987: 432).


                 Empero, en los «Diálogos con Teeteto», se condensa un fragmento en el que
          el logos, la palabra, pareciera ser ajena a los sordos. Una cosa podría ser el «manifes-


          17   Aunque, si los procedimientos médicos eran acotados para evitar o remediar la falta de audición y lenguaje, aunado a la
             poca posibilidad de saber que alguien era sordo desde el nacimiento, quizá el milagro podría haber sido la respuesta. En la
             literatura, tal vez el caso más emblemático es el de Creso rey de Lidia y su hijo «sordomudo». De acuerdo con Heródoto,
             Creso, el hombre más rico del mundo, tenía dos hijos. Atis, el mayor, murió joven. Su otro hijo, de nombre desconocido,
             era sordomudo. Cuando Creso falló en su plan de invadir Persia e iba a ser asesinado, su hijo recuperó la voz en el último
             minuto para salvar la vida de su padre, quien habló y lo impidió (Laes, 2011; Rose, 2006; Ferreri, 1906).

                                                61
   56   57   58   59   60   61   62   63   64   65   66