Page 88 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia




        sido adjudicada histórica y sistemáticamente desde el sujeto oyente. Todavía hoy
        muchas personas sordas que conocí durante el trabajo de campo parecen llevar con-
        sigo la tarea permanente de corregir en los oyentes la idea de que son sordomudas.
        Algunas lo hacen con más irritación que otras. Es como si se heredara y arrastrara
        una añeja herencia carcomida por el prejuicio. Entonces, dadas las condiciones en
        las que aparecen las personas sordas en la historia, es preciso pasar de la sordomu-
        dez orgánico-biológica a la sordomudez sociopolítica. Es decir, la adjudicación que
        desde los griegos se hace sobre la mudez y la razón, en tanto que la palabra oral en
        su perspectiva es símbolo de la lucidez mental, constituye un acto que silencia y
        que enmudece a las personas sordas, despojándolas de la capacidad, ya no orgánica,
        sino política, de hablar y de autorepresentarse.


               Asimismo, con el desarrollo de la escritura en la historia occidental, los sor-
        dos se habrían enfrentado a una nueva problemática, todavía hoy vigente. Incluso
        más que la oralidad, la escritura es considerada un atributo cúspide del ser humano
        y la cultura. Si los sordos se mostraron ajenos a la «nueva» tecnología de la escritura,
        su «ausencia de razonamiento» se agravó. La escritura ha dependido de la oralidad
        y de la audición. Bajo tal lógica, la cultivación, la educación y la realización última
        del sujeto, requieren de los tres elementos secuenciales e interdependientes: escu-
        cha, oralidad y escritura. De hecho, la capacidad de audición parece ser un requisito
        necesario para las otras dos cualidades. De no ser así, habría que pensar qué socie-
        dades, por ejemplo, han desarrollado un sistema de escritura prescindiendo de la
        oralidad y la escucha.

               Dado el valor adjudicado a esta tríada, no es de extrañar que a lo largo de
        la historia se haya impuesto a la forma de comunicación manual-visual que es más
        cercana a las personas sordas. Entonces, es preciso preguntarse de dónde procede
        la intención de corregir y de normalizar. La premisa es que la articulación entre la
        audición, la oralidad y la escritura que se estableció a lo largo de la cultura occiden-
        tal como parte de una «ontología oyente», constituye el fundamento de las prácticas
        médicas y pedagógicas de normalización en las personas sordas. Al menos luego de
        la Edad Media (Siglo XVI), a este proyecto se uniría la visión religiosa de la vida, de
        la cual habían estado exentas las personas sordas, bajo la creencia de que la fe entra
        por el oído y es necesario hablar para que Dios nos oiga y redima los pecados (Gar-
        ner, 2017).

               En este sentido, la emergencia de señas bajo una forma sistemática y la ins-



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