Page 99 - Más allá de la razón oyente digital digital
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La trama de la razón oyente en Occidente




          «razón» de ser) una serie de puntos de vista y de posturas, pero que no se limitan a
          la concreción de nociones (imaginarios, prejuicios, percepciones), sino que impul-
          san al mismo tiempo la acción.


                 Esta se manifiesta tanto en las interacciones frente a frente como en las
          prácticas más sistemáticas, estructuradas e institucionalizadas. De ahí que mucha
          gente no sepa cómo actuar y comunicarse cuando se encuentra con una persona
          sorda o que se organicen políticas estatales encaminadas a «erradicar» la sordera y
          a promover la oralización a través de programas médicos y educativos.

                 Asimismo, la razón oyente se vincula con todos los «ismos», poniendo de ma-
          nifiesto que son resultado de la reflexión y la acción colectiva e histórica. Al involucrar
          un modo de asir la realidad y de conducirse sobre ésta, la razón oyente se halla detrás
          de los «ismos», como sustrato. Dicha razón encumbra por igual a las cualidades sono-
          ras y audibles del mundo, así como a la palabra oral y escrita, bajo la idea de que es lo
          «correcto». En cuanto a la palabra oral, esta depende del ejercicio de la razón, por lo
          que le pertenece. En consecuencia, el oralcentrismo o fonocentrismo, también forman
          parte de las manifestaciones de la razón en cuestión. El audismo en particular, pone
          de manifiesto la posición de ventaja y desventaja que se ocupa a partir de la condición
          auditiva y el idioma (oral o señado) en los contextos de acceso a bienes y servicios. En
          términos generales, los «ismos» descritos revelan actitudes inscritas principalmente
          en el marco de la comunicación: escucha, palabra escrita y palabra oral.

                 La razón oyente, sin embargo, supone también una dimensión mucho más
          inmaterial, que es moral y especialmente espiritual. Dios, conocido y transmitido
          culturalmente a través de la escucha, la oralidad y la escritura, fue al menos inicial-
          mente una entidad celestial disponible exclusivamente para aquellos partícipes de
          lo audible, oral y escrito. Además, dado su carácter de imperceptibilidad física, Dios
          no estuvo habilitado para un sujeto sordo que abreva vigorosamente de lo visual.
          El dicho popular «santo que no es visto no es adorado» se usa a modo de metáfora
          entre oyentes, pero para los sordos puede ser algo literal. Comprendiendo que la
          dificultad de promover la escucha, la oralidad y la escritura (ésta última además
          reservada para clases altas en épocas anteriores), los religiosos se abocaron a las
          señas para lograr su cometido.


                 Luego las señas serían apropiadas, resignificadas y utilizadas por los mis-
          mos sordos para otros fines ajenos a la religión, pero inicialmente el proyecto de



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