Page 82 - Derecho humano a la cultura. Colecciones y coleccionismo
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Gabriel Tolentino Tapia



        desarrollar pasatiempos y aficiones muy diversas. Por ejemplo, mucha gente coleccio-
        na vasos, calcomanías, figuras de acción, ropa y todo lo que aparezca en el mercado
        relacionado con alguna película (quizá aún más las que construyen todo un “univer-
        so” repartido a través de varias entregas) o con su equipo deportivo favorito. Esa prác-
        tica, sin embargo, es distinta a quien se dedica a coleccionar arte sacro, automóviles
        clásicos o piezas arqueológicas.


        El contraste no sólo remite a una diferencia de clase social, sino que también revela gus-
        tos y conocimientos. Bourdieu (1998) introdujo este tema en la sociología al examinar
        las prácticas culturales de las clases sociales en Francia. Para el citado sociólogo la cultu-
        ra constituye un capital que sirve, entre otras cosas, para distinguirse. El “buen gusto”, en
        tanto que inclinación socialmente aprendida frente a todo tipo de prácticas culturales,
        revela mecanismos de distinción social operados por las clases sociales altas. Son estas
        clases las que definen, según Bourdieu, cuál es la cultura legítima. El buen gusto, ligado
        a la incesante necesidad de distinción social, se emula dentro de un amplio abanico de
        prácticas tales como los deportes caros y exclusivos, la ropa de diseño, el arte culinario,
        la enología, la música “culta”, el teatro o la higiene con productos exclusivos. Todos estos
        gustos ligados entre sí por quien los lleva a cabo, expresan estilos de vida.


        Dentro de estos gustos, estilos de vida y mecanismos de distinción, se ubica el coleccio-
        nismo. Mediante dicha práctica es posible acceder al mundo de las mercancías cultu-
        rales dotadas de un misticismo, quizá hasta exótico, que pueden provenir de mundos
        espacial y temporalmente “lejanos” y que son únicas. Estas cualidades le imprimen un
        alto valor económico y simbólico: “toda apropiación de una obra de arte, que es una
        relación de distinción realizada, hecha cosa, es a su vez una relación social y, contra la
        ilusión del comunismo cultural, una relación de distinción” (Bourdieu, 1998: 225) y lo
        mismo aplica para los objetos propios de la arqueología y de la historia. La posesión y
        contemplación de lo exclusivo, lo irrepetible, produce una suerte de gozo. Son la perso-
        na y el objeto (u objetos si hablamos de colección) en una relación íntima.


        Atesorar artículos singulares representa una práctica diametralmente opuesta a otras



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