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Gabriel Tolentino Tapia




        miento de la medicina y la higiene atravesó el sistema educativo e influyendo en su
        estructuración. Desde la década de los ochenta del siglo XIX se asistió a un proce-
        so de cambio vinculado a la emergencia de una instrucción nacionalista (Ramírez,
        2017), además de la incorporación de medidas de higiene al interior de las escuelas
        y la continuación de un programa educativo laico y la homogeneidad de los conte-
        nidos (Ramírez, 2017). La higiene constituyó desde finales del siglo XIX y principios
        del XX en elemento central para el desarrollo del sujeto y de la sociedad. Nuevamen-
        te, hay una correlación entre lo individual y lo colectivo.


               Flisser (2009) señala que la higiene personal era la base de la higiene públi-
        ca, ligándose a su vez con lo moral y el desarrollo personal y social. Particularmente
        en el campo pedagógico la higiene penetró produciendo nuevas categorías sociales.
        El surgimiento de disciplinas y saberes modernos como la pediatría y la pedagogía
        se entrecruzaron durante el porfiriato para producir una noción de niñez vinculada
        a la salud y a la educación (Del castillo, 2005; Granja, 2009). La visión higienista de
        la educación no se redujo a la limpieza corporal y de las instalaciones. Con ello, se
        puso en marcha la tarea de contabilizar y clasificar a la infancia escolar, consolidán-
        dose a principios del siglo XX (Granja, 2009).

               La escuela se convirtió en un lugar para la observación científica (Granja 2009).
        De este encuentro entre medicina y pedagogía, emergió la categoría de «anormal» des-
        de finales del siglo XIX y forjándose en las primeras décadas del XX (Gutiérrez, 2012). En
        esta construcción deficitaria de la niñez entraban las personas sordas: los «anormales
        de oído» eran aquellos que completamente sordos (y a veces mudos) que, dadas sus
        características, no podían «aprovechar las explicaciones orales del maestro de la escuela
        ordinaria» (Gutiérrez, 2012: 109). La categoría de «anormal» se condensaba a la par de
        la de «retraso escolar» que desde inicios del siglo XX se conformó como asunto de inves-
        tigación sobre el problema de aprendizaje en las aulas (Gutiérrez, 2012).

               Suele reconocerse en el Congreso Higiénico Pedagógico de 1882 la pauta ini-
        cial del proceso de modernización educativa (Granja, 2009; Ramírez, 2017; Staples,
        2008). Posteriormente, en el segundo Congreso Nacional de Instrucción Pública, ce-
        lebrado entre el 1 de diciembre de 1890 y el 3 de marzo de 1891, se abordó el asunto
        de las escuelas especiales, de cuya población objeto serían los ciegos, sordomudos y
        delincuentes jóvenes (Cruz, 2014; Zardel, 2010). Entrado el siglo XX, el debate sobre
        dichos establecimientos especiales continuó, algunas veces relacionando la condi-
        ción étnica con la que hoy denominaríamos discapacidad.



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