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Gabriel Tolentino Tapia




               Años más tarde, en el marco del III Congreso de la Asociación Médica Pa-
        namericana, realizado en la Ciudad de México en julio de 1931, la médica Matilde
        Rodríguez-Cabo analizaba el Código Penal Mexicano de 1929, considerando que el
        dictamen médico era necesario para la sanción y el tratamiento de los delincuentes,
        incluidos los sordomudos quienes, al cometer un delito, debían internarse en una
        escuela o establecimiento especial el tiempo que resultara necesario para su educa-
        ción; tiempo que sería igual para quien no se encontrara en esta condición auditiva
        (Suárez, 2005).


               En 1932 el médico Santamarina concretó la aspiración del médico González
        (antes citado) al inaugurar la escuela que llevaría su nombre, instalándose en un
        local anexo a la Policlínica No. 2 del D. F. y la Escuela de recuperación física se creó
        como anexo a la Policlínica No. 1. (Zardel, 2010). El Instituto Médico Pedagógico del
        Ministerio de Educación Pública fue fundado en 1935 (Lino et al., 2012) y un año
        después se creó el Instituto Nacional de Psicopedagogía, con el propósito de hacer
        investigación sobre la educación en México (Zardel, 2010).

               En junio de 1938, Santamarina publicó el artículo «Los problemas de la infan-
        cia moral y materialmente abandonada» en la revista Criminalia. Santamarina ponía
        a consideración del Congreso de la Unión la creación de dispensarios y clínicas para
        el estudio y selección de los niños débiles, lisiados o insuficientemente dotados con
        la finalidad de ubicarlos en escuelas, granjas y asilos para recibir atención (Suárez,
        2005). Dentro de esta población infantil nuevamente entrarían los sordomudos,
        quienes consideraba habían estado abandonados y engrosando las filas del «ejér-
        cito de pordioseros o vagabundos» que habitaban por todo el país (Suárez, 2005).
        Durante la década de los treinta también se hizo patente la necesidad de abordar la
        higiene en el contexto rural. De este modo, en 1935 se realizó el Primer Congreso de
        Higiene Rural en Morelia, Michoacán (Gómez y Frenk, 2019; Oikión, 1993). Un grupo
        de médicos afines a la Revolución habrían emprendido una campaña para que la hi-
        giene y la salud llegara a las zonas rurales del país. Es a través de sus recorridos que
        se describieron algunas de las enfermedades comunes en la región de Michoacán.


               Uno de los médicos describía que en Coalcomán y sus rancherías el paludis-
        mo disminuía a diferencia de otras zonas, aunque aumentaban significativamente
        los casos de bociosos, de cretinos y sordo-mudos (Oikión, 1993). Más allá de ello, no
        se describía mucho acerca de las condiciones de vida de las personas sordas y con
        otras condiciones pensadas como anormales. Del mismo modo, al parecer las pocas



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