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Experiencias com-ún-itarias de iniciación en las señas



          ción entre los fenómenos afectivos y el proceso de adquisición de una lengua.


                 Nuevamente subrayo la imbricación entre el audismo y el adultocentrismo:
          Gisela fue sometida a un sistema del cual no tuvo oportunidad de elección, dejado
          abiertamente a criterio de los oyentes en su figura de familiares y especialistas mé-
          dicos. Además, cuando Cristina indicó que desde los 11 meses de vida Gisela «tiene
          muchos compromisos» con los estudios clínicos y las terapias, pone de relieve que
          el sistema de rehabilitación y educación especial colocó a su hija en un modo de vida
          similar al de los adultos promedio: marcado por un estado de estrés y de cansancio
          físico que Cristina observó y comenzó a ser objeto de preocupación. Los «compro-
          misos» estaban impidiendo que viviera la vida «normal» y esperada para un infante.

                 Las personas sordas se hallan en una condición sensorial, según la cual el
          mundo se percibe primariamente a través de lo visual. Esta condición es incompatible
          con la pretendida enseñanza de un idioma oral. A su vez, dicha ruptura produce un
          espacio emocional omitido por el sistema de rehabilitación, como indica Cristina. Para
          algunas personas implantadas, hablar por hablar oralmente implicaría la tarea de re-
          petir signos lingüísticos, aunque vacíos no sólo de sentido sino también de emociona-
          lidad. Hablar una lengua que no se comprende, difícilmente generará emotividad.

                 A menudo se dice que los sordos se asemejan a los extranjeros: viven en
          «países» donde se habla un idioma distinto al suyo (Davis, 1995; Müller, Strobel y
          Masutti, 2014; Murray, 2008). Asimismo, la condición de extranjería (permanen-
          te) supone la emanación de determinadas emociones y los estados de ánimo. Una
          discusión sobre su relación y distinción (de las emociones y los estados de ánimo)
          rebasa los objetivos de esta exposición. Lo que interesa poner a discusión es lo si-
          guiente: habituadas las personas sordas al mundo oral ¿qué estados de ánimo se
          desencadenan? Quizá uno de los más comunes sea el de «aburrimiento». En efecto,
          esta sencilla y común palabra fue ocupada por varios de mis interlocutores para
          referirse a sus interacciones con oyentes. De hecho, Pfister (2015) también la llegó
          a registrar y a plasmar en un par de pasajes.

                 A grandes rasgos, el aburrimiento refiere un estado de desinterés y de des-
          atención sobre el contexto circundante. Aburrirse significa dejar de prestar ánimo
          por lo que sucede: «el que verdaderamente está aburrido, es existencialmente inca-
          paz de interesarse» (Revers, 1967: 44). Con el aburrimiento los sucesos se vuelven
          tediosos; se genera la sensación de que ocurren más lentamente. Las personas sor-



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