Page 343 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Socializaciones, politización y desencantos biográficos




                 Durante el trabajo de campo identifiqué que a menudo los sordos (y oyentes
          señantes) son objeto de las miradas en el espacio público. Con Miroslava no es la ex-
          cepción, sin embargo, llama la atención sin siquiera estar señando. Luego de nuestra
          entrevista caminamos hacia la entrada del Metro. En pocos minutos pude notar la
          cantidad de miradas incómodas que se ejercen sobre Miroslava. Con el tiempo se ha
          acostumbrado a la mirada nociva, aquella que penetra la ropa y la piel censurando y
          negando a la persona. El problema trasciende cuando no se agota en la forma de ser
          vista. A lo largo de su trayectoria de vida ha ido recolectando experiencias negativas
          en sitios como el Metro:

                — Cuando yo voy al área de mujeres en el Metro el policía me dice que no puedo estar ahí y pues
                ya me cambio y eso es muy constante, ya después me cambio al de mujeres, el policía me ve y
                ya nada más me hace caras (…) en el Metro una vez hubo un problema, un hombre comenzó a
                golpearme (Miroslava)
                — ¿Por qué? (entrevistador)
                — Un día en la mañana que estaba llenísimo el Metro, mi bolsa se quedó atorada porque había
                muchísima gente y el hombre este pensaba que yo estaba robándome el bolso y también las
                mujeres me empezaron a golpear, me empezaron a jalar, yo no podía hablar que mi bolso estaba
                atorado para poder sacarlo, pensaba en que estaba robando y tuve que poner una denuncia en el
                Ministerio Público (MP). Tuve que ir al MP y decir en qué estación del Metro había sido, fue en la
                línea 8 en Atlalilco. Fuimos con el jurídico para poder levantar la denuncia (Miroslava)
                — ¿Cómo te comunicaste? (entrevistador)
                no podía avisarle a mi familia, no podía avisarle a nadie, amigos. Llegó un intérprete y me dijo:
                «por favor, tú no digas nada», sí, el intérprete trabajaba en el gobierno, pero… no sé, no le gusta-
                ba ejercer su oficio, no sabía muchas señas, entonces… era una mujer, yo no dije nada (Miroslava).


                 El altercado concluyó con un acta de los hechos, sin consecuencias para Mi-
          roslava. No obstante, el suceso pone en evidencia de qué modos la facultad del habla
          oral se impone en sucesos de discusión entre sordos y oyentes. Primero, los golpes
          en el Metro llegaron, pues ella «no podía hablar». Segundo, la intérprete le pidió de
          favor que no dijera nada, negando la voz y atribuyéndose funciones más allá de la ac-
          tividad para la que fue convocada. He ejemplificado con su experiencia en el espacio
          público con el Metro, pero Miroslava relató otros sucesos similares, por ejemplo, los
          problemas a los que se enfrenta cuando trata de entrar a un baño público.

                 En la comunidad sorda la situación tampoco ha sido del todo sencilla. Le ha
          costado trabajo la aceptación. Algunos insistieron en que era hombre y la llamaban
          por su nombre anterior. La mirada normativa se impone comenzando por la nega-
          ción de su identidad llevada al cambio del nombre. Pese a las resistencias, también
          son palmarios algunos espacios de apertura y encuentro dentro de la comunidad


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