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Socializaciones, politización y desencantos biográficos




                 Tenía entre 15 y 16 años cuando comenzó a frecuentar Metro Velódromo,
          sitio del que ya he hablado en capítulos anteriores, dado que ha sido importante no
          sólo para ejercer el deporte sino como sitio de transmisión de la LSM y fortaleci-
          miento de los vínculos sociales. Ahí se volvió a encontrar a su amigo el mago, pues
          sus distintas trayectorias escolares los separaron, pero el deporte los volvió a reunir.
          Es común que en una ciudad de las dimensiones como las de la Ciudad de México,
          las personas sordas se vuelvan a encontrar luego de varios años porque las institu-
          ciones o los sitios de encuentro informal los convoca.


                 En esta tesitura, fue alrededor de 1995 cuando asistió por primera vez al
          Templo de San Hipólito, sin embargo, él era de quienes realmente no entraban a las
          instalaciones, sino de los que todavía hoy se aglomeran a un costado: «sólo a platicar
          afuera, pero adentro en la misa no. Llegaban muchos sordos ahí a platicar al medio-
          día los domingos y a las 6 nos íbamos, a veces a la tienda sobre la calle de Mina, ahí
          atrás del templo nos íbamos a tomar». Si bien le gustaba la convivencia, comenzó a
          hastiarse de las discusiones que se suscitaban al calor del alcohol:
                Íbamos a tomar, tomar, peleas y ya era, cansado (…) estábamos tomando, nos rolábamos la cer-
                veza y se acababa. A lo mejor yo por ejemplo tengo novia, vamos y nos reunimos, entonces había
                celos, pero igual problemas porque no todos cooperaban para las cervezas, entonces empezaron
                los problemas. En ocasiones también pasaba la policía y nos decía que ya nos fuéramos, volvía a
                pasar y ahí seguíamos, hasta las 11 o 12 de la noche tomando (Fernando).

                 Comenzó a alejarse de estas reuniones por voluntad propia, pero también
          por un suceso importante; Fernando tenía 19 años en 1996 cuando su amigo el
          mago lo invitó por primera ocasión a migrar hacia Estados Unidos. Aunque la ini-
          ciativa era alentadora, estaba preocupado porque no tenía «papeles» para cruzar la
          frontera de manera legal. El mago le dijo que eso no era problema; los acompañarían
          otros dos amigos sordos de él que ya habían ido a Estados Unidos sin necesidad de
          documentos:

                Fui con mi mamá y le dije que me iba a ir a Estados Unidos, mi mamá me preguntó por el dinero,
                el autobús, los papeles, ¡¿cómo?!, le dije que mi amigo sabía bien y me dijo: «¿cuál amigo?», invité
                a mi amigo (el mago), éramos cuatro los que nos íbamos a ir, invité a los tres a que fueran a mi
                casa. Los otros dos no podían hablar con la voz, el mago sí (Fernando).


                 Con la visita trataron de persuadir a la mamá de Germán de que podrían
          pasar a Estados Unidos. Una vez que obtuvo el permiso, comenzaron a movilizarse:
          «nos fuimos con pocas cosas, los 4 acudimos a la Basílica de Guadalupe a pedir suer-


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