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Relaciones con el Estado, espacio público y
                                  sentidos sobre ser sordos en cuatro grupos



          que este inicia su recorrido, para ejercerse en una suerte de anonimato público fue-
          ra del alcance de los policías, al menos entre una estación y otra.


                 La mayoría del grupo fue objeto de detenciones y desalojos, como si fuese un
          ritual de iniciación. Cada uno lo vivió a su manera. Por ejemplo, José recuerda que
          cuando comenzó a vender en el Metro la policía lo sacaba para trasladarlo a un mi-
          nisterio público cerca del Metro Pino Suárez (línea 2, azul) y a veces también por el
          Metro Guerrero (línea 3, verde olivo). Además de estar detenido un buen rato, debía
          pagar una multa, pero al no contar con el dinero era trasladado al Torito: «nos que-
          dábamos un día y a las 4 de la mañana salíamos, nos íbamos a la casa a bañarnos y
          otra vez, ni modo, voy a seguir vendiendo, pero ahora voy a tener más cuidado para
          que no me agarren…». 167

                 Anteriormente quedó manifiesto que a Emma le enseñaron cómo hacer para
          que no la detuvieran. José, por su parte, indicó que: «todo el grupo, pues nos cuidába-
          mos entre nosotros los sordos que vendíamos, que no nos agarraran». Es decir, para
          aprender a evadir a la autoridad y permanecer en el Metro, se precisa de un cuidado
          colectivo y acceder a un conocimiento social sobre cómo sortear a las autoridades.
          De igual modo, en el marco temporal de antigüedad como criterio de legitimidad y
          derecho al lugar de trabajo, la apelación a la identidad sorda desde el punto de vista
          fisiológico ha ocupado un papel fundamental. Varios comentaron que comenzaron a
          presentarse ante los policías como sordos o con discapacidad auditiva:

                Yo recuerdo que una vez un policía me agarró y me sacó a la calle y le dije que era sorda, tenía
                discapacidad, me dijo: «bueno, yo no quiero tener problemas contigo ni con una persona que ten-
                ga discapacidad…» (Flavia, entrevista colectiva).

                 Sin embargo, no basta con decirlo, también ha sido necesario recurrir al pa-
          pel. Dentro de los estudios sobre discapacidad se ha profundizado en el conjunto de
          implicaciones que acarrea el hecho de que el Estado y la sociedad en general otor-
          guen un peso central al certificado de discapacidad como elemento de «legitimidad»
          médica, clasificación humana e identidad reducida a una condición orgánico-senso-
          rial. En México, aunado a los certificados médicos, las instituciones públicas se han
          esforzado por llevar a cabo extensos procesos de credencialización de la discapa-
          cidad. El documento tiene como función “acreditar” una condición. Los diagnósti-

          167   Se trata de un centro de detención ubicado en la alcaldía Miguel Hidalgo. Según el portal de internet de la institución, las
              detenciones no pueden superar las 36 horas. La gente que llega ahí es por faltas administrativas relacionadas con mane-
              jar en estado de ebriedad, beber en espacios públicos no autorizados, estorbar en vía pública y otros agravios similares.


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