Page 390 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia
En ese lugar volví a preguntar a una policía ubicada en los torniquetes de entrada.
Según ella, nadie tiene permiso de vender en los vagones. Los ciegos tienen una
concesión aparte porque la habrían conseguido a través de «derechos humanos»,
pero no para vender de vagón en vagón, sino para ubicarse en puestos fijos dentro
de las instalaciones. Sobre los vagoneros sordos dijo haberlos visto especialmente
los sábados, llegan a reunirse en la estación Cuauhtémoc, no sabe cómo se organi-
zan, pero sí le había tocado desalojarlos. No entiende los que dicen (con las señas) y
«parecen chapulines» (por el hecho de «brincar» entre los vagones).
Luego de narrar sus impresiones, me recomendó hablar con algún jefe de
estación. Proseguí con la jefa de estación, ahí mismo en la estación Sevilla. Idéntico
a la policía abordada unos minutos antes, comentó que sólo había una suerte de
permiso para los ciegos, no para otros grupos. Los policías de boina roja están en-
cargados de vigilar, incluida la presencia del ambulantaje, aunque también dijo que
la seguridad por parte del Metro está mal. Interpretando mis inquietudes, incluso
aprovechó para decirme lo mal de las rampas y elevadores que no funcionan. Fue
extraño que una funcionaria del gobierno se quejara ante un ciudadano sobre la
situación de una institución en la que ella labora.
La jefa de estación también me recomendó acudir a Salto del Agua. Una vez
ahí, la secretaria me dijo que ese tipo de información no estaba disponible. Conside-
rando que en la estación Sevilla me hicieron saber que los encargados directos de te-
mas como el ambulantaje eran los policías de boina roja, en la línea 2 (azul) llegué a
abordar a uno para preguntar, nuevamente, sobre alguna vía institucional. El policía
de la boina respondió que nadie tiene permiso para vender, pero cuando se ha tra-
tado de sordos únicamente los desalojan de las instalaciones, porque «como tienen
discapacidad no los podemos remitir (al ministerio público». Con este encuentro
decidí poner fin a la empresa.
Entre supuestos malentendidos sobre mi solicitud de información, envíos a
múltiples oficinas y la evasión o la negación de información, los vagoneros sordos
se mostraban visibles a los ojos del público, pero «invisibles» a las autoridades, con
excepción de la policía que reconoció ubicarlos e incluso desalojarlos en algunas
ocasiones. El Metro, en tanto que infraestructura pública administrada por un pe-
queño brazo del gran Estado, se presenta difuso y poco permeable, tal como explica
Abrams:
Cualquiera que haya tratado de negociar un contrato de investigación con el Departamento de
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