Page 396 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia




        vínculos y distancias que mantienen en el espacio público con respecto de los oyen-
        tes, especialmente otros vagoneros. En principio, se hallan entre el mundo de los va-
        goneros y el de la comunidad sorda. Si bien forman parte de una comunidad lingüís-
        tica a nivel de la Ciudad de México y el país (incluso hoy se habla de una identidad
        sorda global), sus capitales sociales, culturas y económicos los distancian de otros
        grupos de personas sordas que no laboran en el Metro. Comparten experiencias de
        clase y de trabajo más cercanas a las de los vagoneros oyentes y al mismo tiempo
        comparten una identidad lingüística mucho más estrecha con otros grupos de sor-
        dos fuera del Metro.

               En segundo lugar, si bien confluyen en un mismo espacio con los vagone-
        ros oyentes, no ocupan el mismo «lugar». La diferenciación se basa en la posición
        que tienen frente a las autoridades del Metro: ya he señalado que el uniforme es un
        marcador objetivo de un estatus completamente distinto, pero este se vincula con
        la identidad y la concepción que los vagoneros sordos tienden de los «otros». Así,
        mientras ellos se consideran vagoneros sordos, los otros son «ambulantes» y tienen
        una seña para ellos, la cual emplean para desmarcarse.


               En reiteradas ocasiones pregunté sobre sus relaciones con los vagoneros
        oyentes: las respuestas refirieron al hecho de mantener relaciones de cordialidad,
        pero nada más. En la práctica constaté lo que comentaban, aunque también algu-
        nos otros detalles como el solicitarse cambio (monedas por billetes y viceversa),
        bromear o tratar de comunicarse acudiendo a la mímica y a algunas otras «señas»
        transversales a las diferencias lingüísticas y entendidas por todos como sucede con
        las groserías evocadas manualmente.


               En este sentido, la dimensión idiomática también se erige como forma de
        distinción.  Más de  una  vez, al  verme  con los vagoneros  sordos,  algunos  oyentes
        pensaron que yo también lo era, pues el indicador más fehaciente es que te vean
        haciendo señas. Sin embargo, al saber que no lo era, hubo quienes se interesaron
        por saber un poco más de ellos a través de mí como puente comunicativo, aunque
        limitado, dado que estuve y estoy lejos de ser un intérprete. Más allá de estos mo-
        mentos de encuentro, las relaciones son aparte. La comunicación más duradera y
        profunda sucede entre los sordos. Además, al menos en las líneas tres y nueve, sus
        organizaciones parecen ser independientes de las de los vagoneros oyentes, quienes
        a su vez ven con naturalidad el trato «especial» que las autoridades reservan para
        los vagoneros sordos. Sin tenerlo claro, me atrevería a indicar que ellos también



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