Page 538 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia




        condición de Raúl, descrita en parte del capítulo IV y en el presente, pone de mani-
        fiesto la ausencia de capitales económicos (dejar los cursos de señas para disponerse
        a buscar empleo) y sociales (contar con más familiares sordos o amistades sólidas
        que sirvieran de guía) para facilitar su inserción en la comunidad sorda y eventual-
        mente «desprenderse» de la voz y el aparato auditivo. Hilda, por el contrario, poseía
        junto con su familia los recursos económicos para implantar a su hija, pero también
        una tradición familiar vinculada a la comunidad y a la lengua de señas, lo que en úl-
        tima instancia permite que, pese a la adquisición del implante, no se renuncie a las
        señas y al encuentro con otros sordos incluso más allá del ámbito doméstico.

               En suma, las discusiones entre sordos sobre el implante coclear o el uso de
        la voz parecen ser resultado de un «espectro» de la cultura oyente que se ha im-
        pregnado en la cultura sorda y que se emula a través de determinados actores que
        la interiorizan y reproducen según se observa en determinados comportamientos
        y prácticas. En todo caso, considero que es necesario trasladar la discusión de los
        capitales comunicacionales y del liderazgo, a la cuestión del influjo o presión que
        directa o indirectamente se ejerce en estas polémicas desde el privilegio de la cul-
        tura oyente.

               En primer lugar, desde quienes combaten más férreamente algunos elemen-
        tos como la voz o el implante coclear, es preciso tomar en cuenta que su posición
        intenta detener el avance de una cultura oyente que históricamente ha penetrado
        cuerpos, mentes, comunicación y sociabilidad (además de espiritualidad). En par-
        ticular, el desdén del uso de la voz, y la consecuente oralización como mecanismo
        re-habilitador que la faculta, podría ser también un problema generacional; por un
        lado, la oralización fue imperante a lo largo del siglo XX. Estos fenómenos implica-
        rían que los sordos adultos provenientes de la oralización choquen con los más jóve-
        nes que accedieron a las señas como primera lengua. No obstante, el advenimiento
        del implante coclear en México a partir de la década de los ochenta y su posterior
        reglamentación política a partir de 2012 constituye un nuevo impulso no sólo a la
        escucha, sino a la oralización, pues recuérdese que el fin último es producir el habla
        oral. Es así como la pretensión auditiva y oral sigue friccionando con las señas.

               En segundo lugar, fenómenos como la pena de hacer señas entre ciertos hi-
        poacúsicos, la preocupación de algunos sordos sobre cómo se escucha su voz, el
        orgullo de una voz inteligible y hasta sublime, la idea de superioridad por usar la voz
        o que alguien busque a un intérprete que cumpla con un «fenotipo adecuado» para



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