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La lengua de señas como acervo disputado




          relativo a la intervención de los oyentes en las señas. Su presencia en la producción y
          reproducción de las señas no es nueva. Comenzó en el siglo XVI en el ámbito religioso.
          Desde esa época, con figuras religiosas como Pedro Ponce de León, Juan Pablo Bonet,
          l’Epée, Thomas Hopkins Gallaudet y hasta más recientemente con el lingüista William
          C. Stokoe, se ha reconocido la influencia positiva de oyentes en el desarrollo de las len-
          guas de señas y educación de los sordos (ver capítulo I). Sin embargo, en la medida en
          que las comunidades sordas fueron adquiriendo mayor reflexión y autonomía acerca
          de sus lenguas, comenzó a reconocerse que no toda presencia e involucramiento de
          los oyentes resulta favorable. Por lo tanto, no siempre es bien recibida.

                 En The Mask of Benevolence, Lane (1992) critica el aura paternalista y dis-
          frazado de buenas intenciones con el que históricamente se ha llevado a cabo todo
          ejercicio de normalización auditiva y oral por medio de la medicina de rehabilita-
          ción y la logopedia. Considero que, en los tiempos actuales teñidos por un discur-
          so de inclusión, esa misma crítica se puede actualizar o extender a todo proyecto
          oyente que pretenda esbozar un discurso y práctica aparentemente generoso sobre
          los sordos y la lengua de señas, pero en el fondo marcado por sentidos indulgentes,
          intenciones de protagonismo o usurpación de la «voz». Durante los siguientes apar-
          tados dichos sentidos saldrán a la luz. En mi opinión, la razón oyente, como proyecto
          unidireccional y vertical de unos sobre otros, incluye todas aquellas acciones sobre
          las señas no loables para los sordos, incluidas las que se presumen de benéficas o
          por «amor» a la LSM y a sus hablantes.

                 Quizá el malestar comience con una pregunta: si las señas son reconocidas
          hoy como un patrimonio, ¿a quién pertenece?, ¿quiénes pueden emplearlo y para
          qué? En términos generales se dirá que, si hay un depositario, sería la comunidad
          aun con las desiguales formas de uso y gestión de las señas entre los sordos, deri-
          vado de los capitales y posiciones sociales. Como traté de abordar en los párrafos
          anteriores, los sordos mantienen entre sí diversas discusiones acerca de las señas.
          Empero, es sumamente distinto cuando los oyentes nos involucramos. No es en ab-
          soluto la misma situación cuando los sordos crean, introducen o importan señas,
          que cuando los oyentes intervenimos la LSM. Cuando los oyentes nos acercamos
          a la LSM, lo hacemos en calidad de «invitados». Acudir física y espacialmente a un
          lugar ajeno, por ejemplo, a una casa, no parece tan distinto, en este caso al menos,
          que acudir social, cultural, simbólica y también espacialmente (según la geografía
          de lugares) a una lengua ajena como lo es la LSM. Aun cuando se trate de familiares
          de sordos, la «confianza» y la cercanía sociolingüística no está ya dada.



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