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Gabriel Tolentino Tapia




               l’Epée había partido de los principios filosóficos del abate y filósofo Condi-
        llac quien sostenía que la primera forma de lenguaje era el gesto. De manera similar,
        Diderot el gran filósofo de la Ilustración, creía que había varias etapas evolutivas del
        lenguaje y las señas y el gesto eran parte de un «lenguaje natural» (Mirzoeff, 1992).
        Según los ejercicios de observación de Diderot sobre una persona «sordomuda», se
        trata de una mirada que no dista mucho de Rousseau al referirse a la oralidad y la
        escritura según el desarrollo de los pueblos:

             Os parecerá singular, sin duda, que para obtener las verdaderas nociones de la formación del
             lenguaje se os remita a alguien a quien la naturaleza ha privado de la facultad de oír y de hablar.
             Pero os ruego que consideréis que la ignorancia está menos alejada de la verdad que el prejuicio,
             y que un sordomudo de nacimiento no tiene prejuicio en cuanto a la manera de comunicar el pen-
             samiento; que las inversiones no han pasado de otra lengua a la suya; que si las emplea es porque
             se lo sugiere la naturaleza, nada más, y que él es una imagen muy aproximada de esos hombres
             imaginarios que, sin tener instrucción alguna, pocas percepciones y casi nada de memoria, po-
             drían pasar fácilmente por animales de dos o cuatro patas (Diderot, 2002: 88).


               Regresando a l’Epée, este no sólo habría ido más lejos que Condillac (Mir-
        zoeff, 1992) y que Diderot, sino que habría contribuido decididamente a restaurar
        humanidad en las personas sordas. Por otro lado, su inclinación por las señas lo
        diferenció de sus antecesores como Pedro Ponce de León y Bonet. Come he señala-
        do, con l’Epée inició la educación masiva para personas sordas, al abrir a mediados
        del siglo XVIII la Institución Nacional de Sordomudos. En este aspecto también se
        diferenció de Pedro Ponce de León y Bonet, quienes habían restringido su trabajo
        a pocas personas sordas pertenecientes a las clases altas de sus correspondientes
        épocas. Después surgirían otras en Francia y los primeros maestros de sordomudos
        de Inglaterra, Suiza, Roma y otras zonas de Europa, se formaron en la escuela del
        l’Epée (Navarro, 2011). La influencia, como veremos, también llegó a América. El
        vínculo entre el desarrollo de las señas y Francia dio lugar a que se le denominara el
        «método francés» (Fischer, 1993). En contraparte, los métodos orales habían estado
        difundidos en Alemania con un profesor llamado Samuel Heinecke, seguidor de Mo-
        net (Monaghan, 2003). No fue sorpresa que los métodos orales se conocieran como
        el «método alemán», aunque también en Francia había partidarios del método oral
        como el abate Deschamps, firme contrincante de l’Epée (Navarro, 2011).


               Aquí emerge una de las primeras figuras sordas en pronunciarse frente a
        quienes postulaban la superioridad de la oralización como Deschamps, me refiero a
        Pierre Desloges. Él fue la primera persona sorda en publicar un libro en 1779, cuyo
        título es Observations d’un sourd et muèt, sur un cours elémentaire d’education

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