Page 76 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia




        se había heredado de Celso en el siglo I de la era cristiana. Ménière pensó que la sor-
        dera era incurable y que las personas debían ser reeducadas para aprender a vivir
        con este desafío (Nogueria et al., 2007).


               Pese a la refinación de los procesos médicos, estos no estuvieron exentos de
        causar, de hecho, problemas auditivos. Por ejemplo, Nogueria et al. (2007) señalan
        que en 1889 Emanuel Zaufal y Stacker realizaron un conjunto de cirugías que termi-
        naron por dejar sordos a todos los pacientes. De igual manera, Aicardi (2009) señala
        que los tratamientos experimentales, además de ser en su mayoría ineficientes, eran
        sumamente dolorosos y terminaban por afectar la salud de los pacientes. De hecho,
        el consentimiento para las investigaciones era fácilmente pasado por alto (Aicardi,
        2009).

               Dado que la cuestión auditiva no es un aspecto que se pueda definir empíri-
        camente sólo con la observación, el campo médico también desarrolló diversos mé-
        todos de evaluación del nivel auditivo. Antes del siglo XIX, las pruebas de audición
        se realizaban por medio de la voz humana y por medio de dispositivos mecánicos
        como el diapasón o los silbatos y los primeros audiómetros aparecieron casi a fina-
        les del siglo XIX, después de la invención del teléfono (Gangadhara, 2015). En tanto
        que se observó casos en los que la condición auditiva se compartía y heredaba o
        estaba asociada a ciertos virus, la genética y la epidemiología también entraron en
        el campo médico de la audición. Un caso notable es el de Cecil Alport quien a prin-
        cipios del siglo XX describió el caso de una familia inglesa, en el que se constataban
        enfermedades renales y discapacidad auditiva (Nogueria et al., 2007), tratándose de
        una afectación genética que se conoce como síndrome de Alport o «mal de Alport».


               Pese al desarrollo de las ciencias de la audición, al parecer, como bien había
        señalado Ferreri (1906), ello no terminó por claudicar la antigua idea que asocia-
        ba a la mudez con la audición a través de los órganos internos. Por ejemplo, la in-
        vestigación del otólogo británico James Yearsley bajo el título: «La sordera se cura
        limpiando los pasajes de la garganta al oído», en 1893, reafirmaba esta noción. Sin
        embargo, abrió paso al estudio conjunto de la otología y la laringología que, según
        Nogueria et al. (2007) anteriormente se trabajaban por separado. De igual manera,
        el oralismo relacionado con la logopedia tuvo un desarrollo notable de la mano de
        figuras como Auguste Boyer (1897) y Féré quienes desarrollaron investigación y
        métodos de preparación de los músculos para la oralización en «sordomudos». En
        1883 se publicó una primera parte del catálogo de trabajos desarrollados en Fran-



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